padre canoManuel Martínez Cano, mCR

Han venido de visita dos antiguos alumnos, padres de familia. Hablamos. Me dicen que se acuerdan de mis clases, pero que,  a veces, no se ponen de acuerdo entre ellos. Uno dice que yo explicaba que Dios quiere que todos nos salvemos. Y para ello nos da la gracia que necesitamos cada uno. Normalmente la gracia nos viene por los sacramentos y la oración. Y que les ponía el ejemplo de que un hombre que no ha oído hablar de Jesús ni de la Iglesia puede salvarse por las gracias actuales que Dios manda continuamente.

El otro recordaba, y dijo, que cuando explicaba las clases de conciencia moral, decía que el que obra según su conciencia, se salva. Aquí nos paramos un rato y les dije que la conciencia no salva. Nos salva la pasión, muerte y resurrección de Cristo, sus meritos infinitos que llegan hasta nosotros por la gracia divina. Saqué el libro y repasamos algunos puntos.

La conciencia psicológica es el conocimiento intelectual íntimo que la persona tiene de sí mismo y sus actos. Conciencia moral es la misma inteligencia humana que hace un juicio práctico sobre la bondad o malicia de sus pensamientos, obras y omisiones.

La conciencia es la norma subjetiva de la moralidad de nuestras acciones. La norma objetiva es la Ley Divina que Dios ha dictado por sí mismo. La Ley eterna es la razón y voluntad de Dios que manda guardar y prohíbe alterar el orden establecido por Él. Está resumida en los Mandamientos de la ley de Dios. Las personas cumplen la Ley de Dios usando bien su libertad, obedeciendo siempre a Dios.

La conciencia moral puede ser verdadera, errónea, cierta, dudosa, perpleja, escrupulosa, delicada, laxa… que el libro explicaba una a una. San Agustín decía: “La alegría de la buena conciencia es como un anticipo del Cielo”. La conciencia verdadera es la regla subjetiva de los actos humanos, porque solo ella capta el verdadero valor de la Ley de Dios, origen y fuente de toda moralidad.

Padres y educadores tienen la grave responsabilidad de enseñar a los niños desde su más tierna edad que sepan distinguir entre el bien y el mal. Debemos acostumbrarlos a vivir en la presencia de Dios. Hay muchos malos ejemplos que los niños ven por la calle, en el colegio, televisión, etc. que debemos combatirlos con buenos consejos y, sobre todo, con la eficacia del buen ejemplo.

Hay que formarles la conciencia con la oración, la confesión y comunión frecuentes, la práctica de las virtudes y la devoción y amor a la Virgen María.