julio alonso ampueroJulio Alonso Ampuero, sacerdote de la diócesis de Toledo y misionero en Lurín, Perú, cuenta lo vivido durante una visita a una cárcel de menores. Se trata de un centro penitenciario sólo para varones en el que hay alrededor de 800 chicos, desde 14 años de edad. Allí acompañan a los chicos, tienen oración guiada. «Mientras los laicos con quienes voy llevan la reunión», cuenta Julio, «yo confieso. Todos quieren acercarse al sacramento. Hasta los no bautizados quieren confesar. Previamente, la coordinadora les ha explicado que el sacerdote no puede decir nada… , aunque le maten. Fuera de la confesión, uno de los jóvenes me lanza a bocajarro: «Padre, ¿está bien ayunar? ¿Por qué lo dices?, le respondo. Porque yo siento necesidad de expiar y reparar (no usó estas palabras, pero eso fue lo que dijo) el mal que he hecho. A veces no desayuno y estoy sin comer hasta el mediodía. Y alguna vez he ayunado el día entero… Yo me quedo sin palabras. Solo sé darle un abrazo y decirle: ¡Adelante! «.

«Una vez fuera, he sentido vergüenza de mí mismo, de mi poco sentido de expiación y reparación, de la poca conciencia de la gravedad de mis pecados. Yo no habré cometido los delitos que él, pero he recibido mucha más gracia: por eso, mis pecados son en comparación mucho más graves. Y tal vez, si yo hubiera tenido unas circunstancias como las suyas, probablemente habría caído mucho más bajo que él… Sí, una vez más, los pobres me evangelizan…».