Obra Cultural

Querido amigo: He recibido tu carta y he leído, por tanto, el comentario que haces respecto a mi conducta «durante los largos años de mi forzada vida de soltero, después de mi fracaso matrimonial», como dices. Pero, vistas las cosas desde lejos, con un sentido de perspectiva, no hubo tal fracaso. Fue sencillamente una noble experiencia. Mientras vivimos, nada sucede porque sí. Todo tiene su fundamento y su explicación, si uno sabe considerar, sin apasionamientos, cómo y de qué manera se han ido sucediendo los acontecimientos que le han llevado hasta la situación en que se encuentra en un determinado momento de su vida. Como tú sabes, me casé enamorado, a pesar de las advertencias de mi padre que me decía: «los cántaros se parecen a las ollas porque están hechos del mismo barro». Recuerdo que cuando se lo oí por primera vez, le contesté: «Padre, yo no pienso casarme con su madre». Y mi padre no me contestó nada. A pesar de mis veinte años, no me daba cuenta de todo el significado de sus palabras. Reconozco ahora que mi padre tenía mucho sentido común. Sin embargo, creo que si hubiera insistido en su punto de vista, seguramente hubiera fracasado lo mismo, y yo incluso me habría precipitado más en mi decisión de casarme. Toda oposición genera una reacción, y ésta conduce a menudo al fracaso. En mi matrimonio, las cosas fueron bien durante un tiempo corto. Y pasó lo que en este caso tenía que pasar.

El ejemplo de mis padres

En casa de mis padres, nunca presencié ni oí ninguna discusión. Tampoco les vi haciéndose arrumacos ni carantoñas. Pero hoy estoy seguro de que se querían mucho y bien, puesto que la paz que recuerdo en mi casa, era una paz serena y agradable. Este ejemplo vivido en mi hogar paterno hizo que ciertos comportamientos, cuando ya estaba casado, me doliesen, aunque no veía en ellos ninguna malicia, quizás porque yo no la tenía. Los malos pensamientos respecto a los demás te vienen cuando tú tienes tus propios malos pensamientos.

Enseñar con el ejemplo

Un buen día me encontré solo, abandonado. ¿Qué podía hacer? Ya sabes, amigo Juan, que en mi profesión de educación es indispensable inculcar siempre el bien el orden, la limpieza, las palabras buenas. Y hay que aconsejar también las acciones más generosas. Sin demasiado esfuerzo. Me hice esta composición de lugar: «Estás solo. No puedes tomar, en conciencia, decisión alguna respecto a una nueva vida matrimonial: ni mujer soltera, ni casada, ni viuda. Estás casado a pesar de lo que ha ocurrido, y esto es algo definitivo». Puse mi situación en conocimiento de las familias que frecuentaba, y no se me cerró ninguna puerta, muy al contrario. No me gustaba que me tuviesen lástima, ya que esto no soluciona nada. Algún amigo se creyó en la obligación de aconsejarme, mencionando casos parecidos al mío. Yo no podía, ni quería seguir consejo alguno que me apartara de lo que constituye la dignidad humana y profesional. Sobre todo esta última. ¿Cómo puede uno aconsejar el bien si no lo practica? El ejemplo vivido en mi casa y los comentarios que uno escucha a los padres sobre diversos hechos de la vida, van formando en uno mismo una actitud que, casi inconscientemente, le lleva a vivir la vida que ha visto en las personas que ama. El buen ejemplo aprovecha más que centenares de discursos.

Unos días de intimidad con Dios

Un buen amigo me habló de hacer un curso de retiro espiritual. Me lo habían ofrecido en otras ocasiones, pero siempre había rehusado. Esta vez acepté y, créeme, aquello fue aceite en un candil! Al explicar mi caso al sacerdote que lo dirigía, me dijo: «Esta es la cruz que tendrás que llevar hasta el final. Pero llévala con firmeza, no la arrastres. Da gracias a Dios porque te ha librado a tiempo de una vergüenza que podía serte muy desdichada».

¿Rehacer la vida?

Me hablaron también de separación legal y de divorcio. Lo primero es discutible y, hasta cierto punto, aceptable. Pero el divorcio es totalmente inaceptable. Digo esto porque cuando el espejo está roto, ni se puede disimular fingiendo que está nuevo, ni se mira uno en él como si lo fuera; porque cuando a una persona le amputan una pierna, queda cojo para siempre. En cuanto a lo de rehacer la vida, que se lo pregunten a los divorciados. Siempre recuerdan lo bueno o buena que era el primer marido o la primera mujer. Esto sólo, que uno no puede ocultar por más que lo intente, es como una pequeña espina en la garganta: cada vez que tragas saliva, te pincha. El primero o la primera tenían unas cualidades que son indiscutibles. Este pensamiento, repito, disminuye continuamente la felicidad forzada que uno creía poder alcanzar con el divorcio y la nueva unión.

¿Odio? ¿Rencor? No, de ninguna manera. Lo mejor es rezar por la persona que un día te enamoró y que todavía amas. Rezar para que se dé en ella un cambio positivo. En algunos casos, no para una reconciliación, que ya no sería aconsejable debido a los motivos que llevaron a la separación, sino para que se arrepienta y vuelva a la amistad con Dios, que es quien ve el cambio interior que se ha producido.

¿A dónde lleva el divorcio?

El espectáculo que hoy produce lo que llaman «ley del divorcio» no es otra cosa que el de una política mal entendida. Se va a la caza de votos y al lucimiento personal. Pronto veremos cuáles de los «padres» de esta ley se divorciarán en cuanto sea  «ley». Si pudiéramos ver los sentimientos de las personas que quieren pasarla, seguramente nos llevaríamos muchas sorpresas: «Esta ley es una ley para los demás, no para mí». La prensa, el cine, la tele, las revistas nos hablan del divorcio y de la vida de los divorciados. Pero nos lo pintan del color que quieren. No explican cómo acaba todo para los artistas, potentados y demás que se han divorciado. Muchos, la mayoría, se vuelven a casar -un ajuntarse que no es matrimonio- y se vuelven a divorciar. Van cuesta abajo hasta llegar al pozo de la infidelidad… Algunos buscan antes la bebida, las drogas y toda clase de vicios, llegando incluso, en algunos casos, al suicidio. ¡Dan lástima!

En las canciones de hoy, aparece a menudo la palabra «amor», pero muchas veces se ignora o se destroza su significado. Creo que, por ignorancia, dicen y cantan lo que no es el verdadero amor. Todos y cada uno de los que se casan deberían saber que el matrimonio es querer intensamente la felicidad del otro y luchar para conseguirla. ¿Acaso no se dicen que se aman? La felicidad que uno busca, se mantiene y se aumenta usando los medios para que el otro sea feliz, sin esperar de él demasiado… sin esperar nada. El que espera algo se vuelve egoísta

Dios no abandona

Probablemente debes estar pensando que mientras he vivido los años de esta soledad, habré tenido tentaciones, provocaciones y demás incidentes que tienen lugar en la situación de una persona separada.

¡Sí! ¿Por qué no? Si no se presentaran las tentaciones, ¿cómo lucharía uno para rehacer su vida? No tendría ningún sentido ser un vivo «muerto». ¿Caídas? También. ¿Quién no las tiene? ¿Cómo podría uno levantarse de nuevo, si no hubiera caído antes? Pero Dios no te deja nunca de la mano. Todo se supera con la ayuda de la gracia de Dios y pensando que la cruz no se arrastra, sino que hay que llevarla al hombro amorosamente y con energía. Hay que amar y abrazar la cruz como un náufrago se abraza a la tabla que ha podido agarrar en medio de la tempestad que hundió el barco.

Olvídate del divorcio, por favor. Sácalo de la cabeza de los que te hablen de él como si fuera una solución vital. Es, simplemente, un engaño del demonio. La vida se rehace rectificando en cada momento, fijando la mirada en lo bello, en lo limpio, huyendo de lo que deshonra, de lo que es repugnante, de la traición. Si hay algún amigo tuyo que yo no conozca y que pasa un mal momento en su matrimonio, dile que solamente el amor limpio y desinteresado triunfa siempre, ¡SIEMPRE!

Perdona, mi buen amigo, si me he alargado demasiado. Con tu carta tocaste una fibra sensible de mi vida. Un abrazo de tu

  1. N.

Dice San Efrén: «LA DEVOCIÓN A MARÍA PUEDE LLAMARSE LA LLAVE DEL PARAÍSO». Y es que hay bienaventuranza para los que viven en gracia de Dios e infierno eterno para los que se enfrentan a Dios y mueren en pecado mortal. Es un salvo conducto para salvarse rezar cada mañana y cada noche las TRES AVEMARÍAS.