La Piedad de Miguel Angel

Incrédulo, Creyente, Fervoroso Católico:

Jesús y María, personajes históricos, ¿constituyen para ti una verdad de fe? ¿No?, ¿a medias?, ¿sí? Veamos, primero, unas sencillas motivaciones para todos.

¿Puedes negar a Dios frente a una noche estrellada, ante la tumba de tus familiares y ante el martirio? ¿Puedes despreciar la Iglesia, siendo ésta el más admirable de los organismos vivientes a pesar de los enemigos y de los malos cristianos que la desgarran desde dentro? «Si tienes fe, pero no practicas, tu fe es muerta», y te hallas en un «estado de tibieza del que es más difícil salir que del vicio o de la maldad». Dios no soporta el alma tibia. Si eres fervoroso, no te detengas en tu nivel, tienes obligación de aspirar a la santidad.

Dispongámonos con toda el alma a contemplar la «Piedad»; y tendremos «un condimento de todas las virtudes». Llevemos el corazón con ímpetu a la compasión, atributo del propio Dios, y una de las más hermosas facultades del alma.

Una lanzada atravesó el Sagrado Corazón de Jesús; y una espada de dos filos atravesó el Inmaculado Corazón de María, como profetizó Simeón (Luc. 2, 35). La Madre Dolorosa nos puede hablar así: «Vosotros que pasáis por el camino, ved si hay dolor semejante al mío» (Lam. 1, 12). «El oprobio rompió mi corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno» (Salmo 69 (68), 21). Es la Madre junto a la cruz de la que descendió su Hijo Jesús-Dios. Escuchémosla y grabemos en el alma sus palabras con el fuego del amor y el dolor.

La misma Madre, hace 70 años, en Fátima (Portugal), dirigió al mundo también un mensaje de amor y de dolor. Interésate, piensa. El hombre está hecho para pensar; en esto está tu dignidad y tu mérito. San Juan Pablo II, es heraldo de la devoción a la Madre de Dios, y como San Pablo VI, visitó Fátima para dar testimonio de un mensaje: «… para salvaros, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado», nos dice la Madre. «Sólo Ella puede socorreros», nos dice el Hijo.

Jesús es Dios, María es Madre de Dios. Somos libres para creerlo así. Esta libertad es un don tan trascendental que más bien parece una abdicación que una gracia; y es el mayor de los dones. Todo esto nos interesa tanto, y nos atañe tan profundamente, que es preciso haber perdido todo sentimiento para permanecer indiferentes.

¡Cómo contempla la Madre el rostro de su Hijo, desfigurado, ensangrentado! Arranca de la cabeza las espinas que la han taladrado. Aquel rostro sonriente cuando niño, ahora rígido, amoratado, sucio de sangre y salivazos; besa aquella mente fría, tan distinta de pequeñín en su mismo regazo, besa las manos tan acariciadas de niño, hoy sin vida y taladradas. ¿No nos dice nada la Madre de Dios, teniendo a su Hijo cadáver? ¡El cadáver de un crucificado! ¿Quién no llora al contemplar a la Madre de Cristo sufriendo tan terriblemente? (Stábat Mater). ¿Seremos tan ingratos que pasemos por el camino, nos paremos, y contemplemos un instante… y tras una mirada algo compasiva -cuando no indiferente-, sigamos despreocupados? La Virgen insiste: «Busco quien me consuele y no lo encuentro»… Es obligado hacer aquí una pausa, un profundo silencio…

Agustín, hastiado del mundo, busca la verdad; y descubre que el fondo del alma es presencia de Dios, y decide «no saber de nada más que del alma y de Dios», y se convierte en San Agustín. Pablo, perseguidor de Cristo, movido y humillado por la gracia de su conversión, decide «no querer saber de nada más que de Cristo crucificado», y fue San Pablo. Nada humilla ni engrandece tanto como la gracia de Dios.

Imploremos a la Madre, ahora mismo y siempre, más fe, esperanza y caridad, y la sabiduría divina, única ciencia que edifica. Las ciencias hinchan cuando no sirven para la salvación. ¿Salvación, condenación? Sí, es dogma de fe que los hombres se salvan o se condenan. «Dios permite que la criatura se condene precisamente por lo mucho que la ama. Dios quiere que el alma preste libremente su amor. El amor divino impide agradarse en un amor creado, impuesto y forzado» (P.A. Pacios).

Tratemos de consolar de veras a la Madre de Dios y Madre nuestra. Si lo hacemos como Ella quiere, ya seguiremos, transformados, el camino de nuestra vida. Esta cambiará de sentido. Nuestras ocupaciones deben vivificarse con la intención de aceptarlas y emprenderlas como actos de cumplimiento de la voluntad de Dios, y de ofrecerlas con la ayuda de José, como actos de reparación a los Corazones de Jesús y de María. Nuestro camino, sembrado de espinas y dolores, será un pequeño reflejo de los que la Madre nos envía. «El Señor a quien ama le reprende», y «azota a todo el que recibe por hijo». Y así, la cruz redentora es señal y distintivo del cristiano; y es la prueba más segura del amor que Dios nos tiene. «Todos los cristianos participan de los sufrimientos de Cristo y esto no es motivo de desánimo, antes bien de alegría». El amor y el dolor constituyen el precio de la gloria eterna.

Fijemos bien la imagen que hemos contemplado. Nos enseñará que la sabiduría es la cruz y que la cruz es la sabiduría. Este Grupo: Jesús en el regazo de María, María sosteniendo a Jesús muerto, no ha de abandonarnos, y ha de ser una espada de dos filos (amor y dolor) que atraviese nuestro corazón de Hijos.

Los dolores de Jesús y de María nos aliviarán, ayudarán, nos llenarán de alegría al sentirnos compañeros de tan sublimes ejemplos. ¡Cómo no sentiremos consuelo al saber que consolamos a Jesús y a María!

Las almas que viven la esclavitud amorosa y paciente de Jesús por María, si fijan vivamente su mirada en esta escena de la Pasión, más fácilmente renovarán sin cesar su consagración. El servicio continuo a María debe incluir el deseo de hacerlo todo con aquel amor con que Jesús se desvivía por su Madre. Como almas pequeñas, esclavitas de la Señora y Reina, aceptarán cuanto Ella mande, ordene o imponga, con tanto mayor celo cuanto más traten de consolarla en el tiempo como Dolorosa, y aceptarán como un mandato lo que Ella desde la gloria proponga como una súplica junto a Jesús.

Acabemos mirando, una y otra vez, esta maravillosa escultura alejada de nuestro frágil mundo de hoy. Destella, como un místico faro, una llamada urgente de la MADRE.

SGM. Apartado 913. 08080 Barcelona.