D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Hace menos de dos años, el episcopado español, evocando el cincuentenario de una solemne consagración de nuestra patria al Sagrado Corazón de Jesús, exhortaba a renovar algunas de las exigencias actualísimas de esa consagración:

La primera de ellas, la profesión pública de la fe; con palabras del episcopado, “la proclamación valiente y gozosa de la fe que Dios nos ha concedido. No podemos esconder la luz de la verdad, sino levantarla sin temor para que ilumine los caminos de hoy”.

La segunda, la aceptación incondicional y también gozosa del Reinado de Cristo en todas sus dimensiones, temporales y eternas, y el compromiso de procurar y pedir que este reinado, este señorío vivificante, sea reconocido por todos los hombres; que Dios siga siendo de verdad venerado y servido, esto es, que la vida humana se ordene conscientemente, con subordinación filial, al Dios que se ha revelado en Cristo, de quien viene coda luz, toda esperanza, la plenitud del sentido para roda la vida, tanto en lo que tiene de esfuerzo durante la peregrinación, como en lo que tiene de gracia, objeto de contemplación y de esperanza.

Muchos años antes, el episcopado español, en la carta colectiva que dirigió a todos los obispos del mundo en 1937, afirmó este deseo, que era también propósito y esperanza: “Quiera Dios ser en España el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea verdaderamente bien servida”.

La tercera, que el amor de Cristo y a Cristo dé su plenitud a la comunidad humana. Es obligación de la comunidad patria la restauración progresiva del orden social, que “no podrá hacerse con la generosidad, la profundidad y la integridad requeridas si no está inspirada por el amor que brota del Corazón de Cristo”. “Desde Él procuraremos renovar a las personas y las estructuras sociales con amor, que es decir con fecunda eficacia y no con irritada y disolvente violencia; podremos defender la justicia, sin convertir esa defensa en la máxima injusticia; impulsaremos el desarrollo en todas sus dimensiones, sin truncar el crecimiento de los valores eternos del hombre” (Exhortación citada).