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jesucristoEl Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la oración contemplativa es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado. Y, esa unión con Dios, proporciona gozos y consuelos celestiales, en tanto en cuanto se pueden gozar en este valle de lágrimas. La unión con Jesús en la oración, transforma la vida del cristiano en un continuo diálogo amoroso. La oración eleva el alma y engrandece nuestra dignidad de personas humanas.

San Ignacio nos dice que en la oración debemos pedir conocimiento interno del Señor que por nosotros se ha hecho hombre para que más le amemos y sigamos. Así la vida se convierte en un diálogo amoroso entre el alma y Dios. El conocimiento interno nos llena de un amor apasionado por Nuestro Señor Jesucristo, Rey de nuestras almas y de las naciones.

Los santos también han tenido sus curiosidades. Le preguntó San Juan María Vianney a un campesino que tenía la costumbre de pasar largos ratos de oración ante Jesús en el sagrario: ¡Oiga! ¿Qué método de oración tiene usted? Le contestó: Yo le miro y Él me mira. Sí, hay que estar largos ratos junto a Jesús para que Él esté contento y nosotros también.

En su autobiografía, santa Teresa de Jesús nos dice: Procuraba, lo más que podía, tener a Jesucristo, nuestro Bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración: si pensaba en algún paso [de la vida de Jesús], le representaba en lo interior. Y es que el Señor vive en nuestras almas en gracia de Dios; somos templos vivos de la Santísima Trinidad. ¡Qué más queremos!

Nosotros también estamos en el corazón de Dios. La madre de los pobres más pobres de este mundo, beata Teresa de Calcuta nos enseña que: Para que la oración dé fruto, debe proceder del corazón y debe ser capaz de tocar el corazón de Dios. Observad cómo enseñó a orar Jesús a sus discípulos. Pienso que cada vez que decimos Padre nuestro, Dios dirige la mirada a sus manos, donde nos tiene tatuados: “Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada” (Isaías 49, 16). Él mira a sus manos y nos ve ahí. ¡La ternura y el amor de Dios son maravillosos!

Vivamos siempre unidos a Dios en la oración y amando al prójimo.

P. Manuel Martínez Cano, mCR

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