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apóstolado en cárceles, atención, barcelona, confesión, confesionarios, delitos, educación, parroquia, procesiones, sacerdote, tacaño
Un jovial anciano me ha dicho:
Yo siempre he sido pobre, he vivido de mi trabajo y nunca he deseado ser rico, siempre me he conformado con lo que tengo. El mes pasado fui con un amigo a la ciudad, él compró lotería y le han tocado miles de euros; yo no quiero comprar, por eso no le tengo ninguna envidia: estoy muy contento y feliz siendo pobre.
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Una anciana de 77 años me comenta que a lo largo de su vida ha visto muchos cambios en la parroquia. Empezaron quitando los púlpitos, después las imágenes, más tarde los confesionarios, las novenas, las procesiones, y ahora, somos cuatro viejas en la Iglesia cuando en mis tiempos íbamos familias enteras con jóvenes y niños.
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Voy por una de las largas y anchas calles de Barcelona, se me acerca un buen hombre y me dice: ¿puedes reconciliarme?, soy sacerdote; he llegado esta tarde al puerto, he ido a varias iglesias y no he encontrado a ningún sacerdote en los confesionarios. Le atendí, le di la absolución, hablamos fraternalmente y se marchó muy contento.
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Una niña de siete años me dice: era un hombre tan tacaño, tan tacaño, tan tacaño que no prestaba ni la más mínima atención.
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Un buen amigo que hace muchos años que se dedica al apostolado en las cárceles, me ha contado varios casos muy tristes que no voy a contaros. El trato que reciben los presos no puede ser mejor. De tal manera que algunos reinciden en delitos, expresamente, para que vuelvan a encarcelarlos.
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Una abuela me ha dicho: Hemos perdido la batalla de la educación de los niños y de los jóvenes. Yo no eduqué a mi hija con la misma rectitud que mi madre me educó a mi, y mis nietos no saben lo que es el respeto y la educación. De comunicación social, las costumbres, la familia etc.
P. Manuel Martinez Cano mCR
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