El padre José Calveras S.I., uno de los mejores comentaristas de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, dice que el vencimiento de si mismo consiste en conseguir que la razón y la voluntad obedezcan a Dios en todas las actividades humanas. Sobre todo la sensualidad: sentido externo, imaginación y apetito sensitivo.

Para ordenar la vida, como enseña san Ignacio de Loyola, se ha de combatir la sensualidad -“el hombre viejo” de san Pablo- de manera que no cree peligros al alma en su camino a la perfección cristiana. El ejercitante, con la ayuda de la gracia y la maternal protección de la Virgen María, tiene que arrancar todo lo malo e imperfecto de su vida: pecados mortales, pecados veniales y desórdenes que no llegan a pecado.

El fin de los Ejercicios Espirituales es domar la sensualidad de tal forma que no cree movimientos inferiores contra la razón natural y la vida sobrenatural, para que la voluntad haga siempre lo que sintiere que es la mayor gloria de Dios, hasta llegar a la transformación del corazón y alcanzar de Dios la unión mística en el amor.

San Ignacio, que es el santo del examen de conciencia, nos advierte que: “Piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuando saliere de su propio amor, querer, e interese”. En todo hemos de hacer siempre la voluntad de Dios. Y aquí no vale dividir las cosas artificiosamente en importantes y poco importantes. Para ordenar la vida según la voluntad de Dios, todo es importante: hacer las obras ordinarias de la vida con perfección. Debemos conformar todas las actividades de nuestra vida- pensamientos, palabras, obras, etc.- según la voluntad de Dios.

San Juan de Ávila, nos dice: “Toda esta vida es año de probación, año de noviciado, para que se vea si sois digno de ser morador del cielo: qué castidad habéis guardado en este tiempo, qué humildad, qué amor de Dios y de los prójimos.

Debemos ordenar nuestra vida personal según la ley de Dios y también la vida familiar y la de la comunidad. “A veces somos muy capaces de granjearnos la simpatía de aquellos con quienes nos encontramos por la calle, pero no siempre somos capaces de sonreír a quienes están a nuestro lado en el hogar”(Beata Teresa de Calcuta).