7.-   EL   MOVIMIENTO   NACIONAL.   SUS   CARACTERES.

Demos ahora un esbozo del carácter del movimiento llamado “nacional”. Cree­mos justa esta denominación. Primero, por su espíritu; porque la nación española estaba disociada, en su inmensa mayoría, de una situación estatal que no supo en­carnar sus profundas necesidades y aspiraciones; y el movimiento fue aceptado co­mo una esperanza en toda la nación; en las regiones no liberadas sólo espera rom­per la coraza de las fuerzas comunistas que la oprimen. Es también nacional por su objetivo, por cuanto tiende a salvar y sostener para lo futuro las esencias de un pueblo organizado en un Estado que sepa continuar dignamente su historia. Ex­presamos una realidad y un anhelo general de los ciudadanos españoles; no indi­camos los medios para realizarlo.

El movimiento ha fortalecido el sentido de la patria contra el exotismo de las fuerzas que le son contrarias. La patria implica una paternidad; es el ambiente mo­ral, como de una familia dilatada, en que logra el ciudadano su desarrollo total; y el movimiento nacional ha determinado una corriente de amor que se ha concen­trado alrededor del nombre y de la sustancia histórica de España, con aversión de los elementos forasteros que nos acarrearon la ruina. Y como el amor propio, cuan­do se ha sobrenaturalizado por el amor de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, toca las cumbres de la caridad cristiana, hemos visto una explosión de verdadera cari­dad que ha tenido su expresión máxima en la sangre de millares de españoles que la han dado a grito de “¡Viva España!”, “¡Viva Cristo Rey!”.

Dentro del movimiento nacional se ha producido el fenómeno, maravilloso, del martirio -verdadero martirio, como ha dicho el Papa- de millares de españoles, sa­cerdotes, religiosos y seglares; y este testimonio de sangre deberá condicionar en lo futuro, so pena de inmensa responsabilidad política, la actuación de quienes, de­puestas las armas, hayan de construir el nuevo Estado, en el sosiego de la paz.

El movimiento ha garantizado el orden en el territorio por él dominado. Con­traponemos la situación de las regiones en que ha prevalecido el movimiento na­cional a las dominadas aún por los comunistas. De éstas puede decirse la palabra del sabio: “Ubi non est gubernator dissipavitur populus”; sin sacerdotes, sin tem­plos, sin culto, sin justicia, sin autoridad, son presa de terrible anarquía, del ham­bre y la miseria. En cambio, en medio del esfuerzo y del dolor terrible de la guerra, las otras regiones viven en la tranquilidad del orden interno, bajo la tutela de una verdadera autoridad, que es el principio de la justicia, de la paz y del progreso que prometen la fecundidad de la vida social.

Mientras en la España marxista se vive sin Dios, en las regiones indemnes o re­conquistadas se celebra profusamente el culto divino y pululan y florecen nuevas manifestaciones de la vida cristiana.

Esta situación permite esperar un régimen de justicia y paz para el futuro. No queremos aventurar ningún presagio. Nuestros males son gravísimos. La relajación de los vínculos sociales; las costumbres de una política corrompida; el desconoci­miento de los deberes ciudadanos; la escasa formación de una conciencia íntegra­mente católica; la división espiritual en orden a la solución de nuestros grandes pro­blemas nacionales; la eliminación, por asesinato cruel, de millares de hombres se­lectos llamados por su estado y formación a la obra de la reconstrucción nacional; los odios y la escasez, que son secuelas de toda guerra civil; la ideología extranjera sobre el Estado, que tiende ha descuajarle de la idea y de las influencias cristianas; serán dificultad enorme para hacer una España nueva injertada en el tronco de nuestra vieja historia y vivificada por su savia. Pero tenemos la esperanza de que, imponiéndose con toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos otra vez nuestro verdadero espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente por una legislación en que predomina el sentido cristiano en la cultura, en la moral, en la justicia social, y en el honor y culto que se debe a Dios. Quiera Dios ser en Es­paña el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea verdadera­mente bien servida.