Dice san Ignacio que no hay que determinarse por afección alguna que desordenada sea. Afecto desordenado es cuanto se piense, quiera, diga y haga, si no va dirigido y gobernado por la razón suprema única de glorificar a Dios nuestro Señor y sacrificarnos: el coche que quieres comprarte es para sacrificarte o para vanagloriarte delante de los hombres; lo que estás pensando del prójimo es para dar gloria a Dios o le estás ofendiendo, las palabras injuriosas que le has dicho a tu esposa te sirven para santificarte o irritarte injustamente; la bofetada que le has dado al amigo ha destrozado en tu alma el amor al prójimo; ni has dado gloria a Dios ni te has santificado.
Los afectos o pasiones son dones de Dios, si los usamos mal, cometemos un pecado. La raíz profunda de todas las pasiones desordenadas son los siete pecados capitales. Pero si las usamos bien, se convierten en virtudes necesarias para santificarnos. La soberbia puede transformarse en el santo orgullo de ser católico.
¿Cuál es la afección desordenada por donde me ataca el diablo? El demonio empieza a tentar por lo necesario, después con lo superfluo y luego por el orgullo y soberbia. “El ánimo desordenado es castigo de si mismo”(San Agustín). Nadie se cree que es enemigo de si mismo, y lo somos.
Hemos de estar en perpetua lucha contra las pasiones desordenadas; si no estamos en guerra con ellas, no llegaremos al conocimiento y amistad con Cristo. San Ignacio nos enseña a luchar contra los afectos desordenados con el “agere contra” y el “opositum per diametrum”. Si la pereza quiere abrirse paso en nuestras vidas, debemos hacer lo contrario, lo diametralmente opuesto: ser diligentes.
Con afecciones desordenadas es imposible la vida de perfección cristiana: “Solo un apetito desordenado, como después diremos, aunque no sea de materia de pecado mortal, basta para poner un alma tan sujeta, sucia y fea, que en ninguna manera puede unirse a Dios, hasta que el apetito se purifique. ¡Cuál será la fealdad de la que del todo está desordenada en sus propias pasiones y entregada a sus apetitos, y cuán alejada de Dios estará y de su pureza!”(San Juan de la Cruz)
La masonería atea y materialista ha creado estructuras que fomentan las pasiones desordenadas y los pecados. San Leonardo de Porto Mauricio, fustigaba desde el púlpito a los franciscanos, y apremiaba a los príncipes y pontífices a combatirlos, porque son: “ateístas descreídos que profesan un ateísmo rebozado, por cuanto su vida toda se ordena a satisfacer los sentidos e injuriar a Dios”. El santo murió en 1751.
Contra afecciones desordenadas, afectos ordenados por la caridad y la práctica de las virtudes.

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