Su Santidad Benedicto XVI nos ha exhortado muchas veces a que seamos valientes misioneros de la nueva evangelización, de manera particular en este año de la Fe. En varios documentos del Concilio Vaticano II se encuentra la idea de una nueva evangelización, pero quien utilizó la expresión es el beato Juan Pablo II: sin embargo, es Pablo VI quien en su encíclica Evangelii nuntiandi nos declara como debe ser la nueva evangelización: “Las condiciones de la sociedad nos obligan […] a revisar métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano […] Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad” (nº18)
La nueva evangelización no es sólo tarea de los consagrados a Dios, en la vida sacerdotal o religiosa, es misión de todos los bautizados, hombres y mujeres, en sus propios ambientes familiares, laborales, amistades. La historia demuestra que la Iglesia es evangelizadora por su propia naturaleza y es un santo orgullo para nosotros saber que casi la mitad de los católicos rezan en español.
Para ser misioneros de la Buena Nueva de Cristo, es necesario adquirir la mejor formación cristiana, estudiar y meditar el Evangelio, aprender bien el Catecismo de la Iglesia Católica, estudiar profundamente el Magisterio de la Iglesia y, siempre dar testimonio de una vida auténticamente cristiana. Sí, porque “la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombre nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio” (nº18).
No sólo los hombres en particular deben convertirse a Cristo, también en la sociedad tiene que reinar Cristo con su ley evangélica: “La Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (nº18).
La nueva evangelización aspira no sólo a hacer cristianos, sino también sociedades cristianas, naciones católicas. Cristo tiene que reinar porque es Dios, porque es nuestro Salvador, porque es nuestro Rey. Es urgente y necesario que las naciones se rijan por las leyes divinas. Ese debe ser el fruto de la nueva evangelización, porque “de la forma dada a las sociedades conforme o no a las leyes divinas depende y se deriva también el bien o el mal de las almas” (Pio XII).
Manuel Martínez Cano

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