Los demonios traman de muchas maneras perjudicar a los hombres y las mujeres. Principalmente nos tienta para que pequemos. También puede hacernos daño externo al cuerpo, poseer a las personas y producir efectos mágicos.
Es de fe divina, porque está revelado en la Sagrada Escritura, que los demonios tientan a los hombres. La tentación diabólica puede ser mediante cosas externas: las riquezas, el dios dinero, para pasar a la soberbia y después todos los demás pecados. La tentación del demonio también es interna: arrastra la imaginación y los sentidos internos y externos mediante la fantasía y el apetito sensitivo desordenado. El demonio tentó a Eva (Gen 3,15), a Job (Job 1) y al mismo Cristo en el desierto (Mt 4,1). El Concilio IV de Letrán dice Adán “pecó por sugestión del diablo”.
San Pedro escribía a los primeros cristianos: “Estad alerta y velad porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda en torno vuestro mirando a quien devorar; resistidle firmes en la fe” (1Pe 5,8). Y san Pablo escribía a los efesios: “Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra principados, contra las potestades, contra las dominaciones de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas” (Ef. 6,11-12).
Los Santos Padres nos enseñan a “luchar contra el demonio y sus ángeles malos”. El Concilio de Trento nos advierte que los cristianos “deben temer por razón de la lucha que aún les aguarda con la carne, con el mundo y con el diablo”.
La tentación puede ser un medio de purificación de nuestra alma entenebrecida pos nuestros pecados. Los santos sufrieron horribles tentaciones que les hicieron más humildes. Venciendo las tentaciones, progresamos en la práctica de las virtudes: “Porque eras grato a Dios –dice el ángel a Tobías- fue menester que la tentación te probara” (Tob 12,13). Estemos completamente seguro de que siempre podemos vencer al diablo: “Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla» (1Co 10,13).

Los medios que la Iglesia nos enseña para vencer la tentación es la oración, la frecuencia de sacramentos y el desprecio del demonio. Por la oración humilde y confiada, nos defienden el Señor, la Virgen, san Miguel arcángel y los ángeles. El uso frecuente y confiado de sacramentos y los sacramentales. La confesión, como es un acto de humildad, pone en fuga al demonio; los sacramentales: agua bendita, señal de la cruz, oraciones litúrgicas espantan a los demonios. Por mucho que ladren los demonios nunca podrán mordernos; no hay que hacerles nunca caso.
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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