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El año 2005 brincábamos de alegría, cuando dejaste de ser cardenal para garraldaconvertirte en Benedicto XVI. Hemos disfrutado de tu sencillez de buen Pastor, de tu alma fina con la confianza siempre puesta en Cristo, Verdad absoluta.

Hemos sido iluminados por tu inteligencia angélica, por tu religiosidad ferviente, y por tu pedagogía de la fe sin fisuras. Has escuchado  el ruido de los vientos del error, has aceptado los riesgos de la humanidad y de la Iglesia, ha sido la luz del faro sobre el acantilado del siglo XXI y fuerza de roca contra el oleaje de la adversidad.

Juan Pablo II no te aceptó la dimisión cuando cumpliste los 75 años, porque sabía que tú eras el mejor regalo del cielo para conducir el diálogo en el mundo moderno, el teólogo que conoce a fondo los temas fronterizos entre Fe y Razón.

Los que esperaban que fueras una caña agitada por el viento en el desierto han quedado defraudados, porque Benedicto XVI  sólo sabe decir amén a la verdad y no a los trapicheos  de quienes pretenden ser como dioses cambiando la misma ley de Dios a su antojo.

Has demostrado ser el continuador del Concilio Vaticano II, que está muy lejos de estar agotado, pero nunca al continuador de un post-concilio a espaldas del concilio. Los de talante marxista, que tanto abundan hoy en España, te acusaban de que “has querido erradicar la Teología de la Liberación”, por no querer distinguir ellos entre Teología de la liberación  de talante marxista, de la de talante cristiano.

En cierta ocasión tuviste que suplir a Juan Pablo II enfermo, en el Viacrucis del Viernes santo; y en tu meditación sobre la novena estación, cuando Jesús cae por tercera vez, pusiste el dedo en la llaga de una Iglesia caída, cuando nuestros cristianos se alejan de Cristo, arrastrados por la ola de la secularismo sin Dios; cuando Dios entra a menudo en el vacío y maldad del corazón que abusa del sacramento  de la presencia eucarística; cuando se falta al respeto al sacramento de la reconciliación, en el cual Cristo nos espera para levantarnos de nuestras caídas; cuando el mayor dolor le traspasa el corazón por la traición de sus discípulos y la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre.

Impresionaba este hablar de la Iglesia como el de un campo  en el que parece que abunda más la cizaña que el trigo, o un barco que hace agua por todas partes. Pero concluías diciendo que Cristo cae por tercera vez y se levanta para levantarnos y llega al Calvario para redimirnos y resucita para resucitarnos.

Y, ahora, caído por la debilidad de tus fuerzas, renuncias a ser obispo de Roma, no por cobardía sino por la valentía de tu humildad. Ves que te faltan fuerzas para remar mar a dentro, para que otro se haga cargo del timón  de la nave de Pedro y marque el rumbo conocedor de la rosa de los vientos.

Tres noticias de gran relieve han sonado esta semana: El meteorito de 130.000 toneladas caído sobre Rusia, el rayo que hemos visto fotografiado sobre la cúpula del Vaticano y tu renuncia, la gran sorpresa, que a todos nos ha cogido con el pie cambiado.

Tu renuncia voluntaria, obligado por la falta de fuerzas para tanto peso de responsabilidad, después de 600 años de la anterior renuncia, ha sido la noticia bomba de más peso histórico que el meteorito y de más susto que el simbólico rayo sobre  la cúpula de Miguel Ángel.

Vas a seguir siendo Benedicto XVI, pero traspasas tus poderes a un nuevo vicario de Cristo. Te vas a dedicar a la oración, en la clausura de un monasterio, para seguir salvando al mundo. Yo lo siento porque, los que no querían, en el año 2005 que fueras vicario de Cristo, hoy se frotan las manos. Pero espero que no pretendan aplaudir, hasta con las orejas, presumiendo que el nuevo Papa sea el que ellos ansían. Muy pronto saldremos de dudas. El Espíritu Santo, que nos ha traído, a caballo de los siglos XX y XXI, Papas de talla universal, volverá a confortarnos, con su fuerza divina, en estos tiempos de capa caída

Ángel Garralda García, Vicepresidente de la Hermandad Sacerdotal Española.