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Era la primera vez que hablaba con un buen hombre que alababa la no votodemocracia, a pesar de la crisis moral, social y económica que sufrimos. Le dije: yo no voto a ningún partido político. La respuesta fue inmediata: “pues usted ha perdido el derecho a protestar”. Le contesté que el que no tenía derecho a quejarse era él porque, con su voto, había hecho un pacto con los políticos que promulgan leyes antihumanas y anticristianas. El aborto democrático, está provocando el genocidio permanente más diabólico de toda la historia de la humanidad. El beato Juan Pablo II, dijo en la capital de España: “¡nunca se puede legitimar la muerte de un inocente!”. No voto porque no quiero corresponsabilizarme de ninguna de esas leyes salidas del infierno.

Ni la ley del aborto, ni otras muchas leyes democráticas, tienen como fin el bien común de los pueblos, que es el objeto de la política. A los partidos, sindicatos, patronal, autonomías etc. El dios de esta casta internacional es su vientre. No se puede colaborar con partidos políticos ateos y agnósticos, cuyas ideologías son totalmente contrarias a la doctrina del Magisterio de la Iglesia. Las democracias que sufrimos fomentan el latrocinio, la mentira y el asesinato de niños y niñas inocentes e indefensos.

El Concilio Vaticano II, ha enseñado que: “Ninguna actividad humana, ni siquiera en el dominio temporal puede sustraerse al imperio de Dios”. “Los laicos han de esforzarse por sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inviten al pecado”. (Lumen Gentium, 36).

“Hay que instaurar el orden temporal de tal forma que salvando íntegramente sus propias leyes se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana”. (AA, 7). Efectivamente, debe haber un orden social y político cristiano, por el que tenemos el sagrado deber de combatir.

La Iglesia ha enseñado siempre los deberes morales que todos los católicos debemos cumplir y también los Estados. En su encíclica Humane Vitae, Pablo VI declara: “Nosotros decimos a los gobernantes: no aceptéis que se introduzcan legalmente en la familia prácticas contrarias a la ley natural y divina”. Ningún gobierno democrático le ha hecho el más mínimo caso: divorcio, aborto, manipulación de embriones, equiparación de la unión homosexual al matrimonio… Debemos ir contracorriente. Hacen falta hombres y mujeres valientes, intrépidos, dispuestos a entregarse, en alma y cuerpo a la lucha y al combate para establecer en España y en todas las naciones el Reinado  Social de Nuestro Señor Jesucristo.

 

P. Manuel Martínez Cano, mCR