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Os voy a reproducir una conversación de la que fui testigo la semana pasada en Madrid. Un grupo de muchachos que había practicado los Ejercicios Espirituales y un par de muchachos que para definirlos de alguna manera los vamos a llamar “de centro”, liberales u “hombres de la moderación”.
-“Vosotros sois unos intransigentes. No hay error más pernicioso que esa intransigencia de la verdad de la que vosotros hacéis gala”.
-“Pero la verdad exige intransigencia, necesariamente. Si uno está en una verdad no puede partirla a pedazos o decir que se trata de verdad a medias.” Así respondieron los otros. Y luego la conversación discurrió por otros caminos, sin llegar a conclusión alguna por una razón muy sencilla: porque los que se autodefinían como de “centro” y contrarios a “toda intransigencia”, tenían un concepto deformado de lo que era la verdad, y nunca se consideraban servidores humildes de la verdad, sino “creadores” soberbios de “su” verdad o de “alguna” verdad oportunista. Al bajar del autobús me preguntaron que me había parecido aquella discusión. No tuve más remedio que felicitarles por haber estado en el sitio que hay que estar siempre: AL SERVICIO DE LA VERDAD.
Este fue el resumen de mis palabras que pongo ahora a vuestra disposición para que os sirvan de guía. La intransigencia es a la virtud lo que el instinto es a la conservación de la vida. Sin ese instinto de conservar la vida, la vida que es tan valiosa, se perdería por una nonada. La virtud, para conservarse, ha de estar defendida por la intransigencia. El que transige en una virtud la perderá necesariamente, pronto o tarde. Una virtud sin intransigencia, o que odia la intransigencia, no es más que exterioridad. Una fe sin intransigencia, o está muerta o sólo vive exteriormente, porque perdió el espíritu. Siendo la fe el fundamento de toda la vida cristiana, la tolerancia en materia de fe es el punto de partida para todos los males y herejías. La historia lo demuestra abundantemente. La verdad es como un líquido precioso que si no está guardado por un vaso se derrama y se pierde. El vaso que encierra el líquido de la verdad, que puede calmar la sed de verdad que tienen los hombres, se llama intransigencia.
La verdad ha de estar guardada por la intransigencia. No se puede partir la verdad, como no se puede partir la luz. No se puede partir el amor, porque deja de ser amor. “Corazones partidos yo no los quiero, que cuando doy el mío lo doy entero” dice la copla. Esa es la ley del amor y de la verdad.
¿Que nos llaman intransigentes? Eso nos lo dirán los que no saben ni de verdades ni de amores. Pero no los jóvenes que quieran y tengan la ilusión de convertís su vida en su servicio a la Verdad y a un gran Amor.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 16, mayo de 1978