«Franco está ahí. Nunca se me ocurriría tumbar una estatua de Franco. ¡Nunca! Me parece una estupidez eso de ir tumbando estatuas de Franco y borrando los rótulos de las ca­lles para cambiarles de nombre. Franco es ya parte muy importante de la Historia de España. No podemos borrar la Historia. Algunos han cometido el error de derribar una estatua de Franco, yo siempre he pensado que si alguno hubiese creído un mérito tirar a Franco del caballo, tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo» (Felipe González)

Pío Moa declaró en una entrevista publicada en el semanario Alba (número del 1 al 7 de enero del 2010): «El franquismo libró a España… de la revo­lución y del PSOE por muchos años, y libró a España de la Guerra Mundial y de una nueva guerra civil intentada por los comunistas con el maquis. Dejó un país próspero y reconciliado con buenas condiciones para pasar a la democracia».

Nada menos que en el diario madrileño El Mundo, Fernando Sánchez Dragó publicó un artículo titulado Testimonio ante el juez, el 20 de septiembre de 2010. Este es su último párrafo: «En la Es­paña de Franco que conocí sólo sufrían persecución quienes desde posturas radicales —la mía por ejemplo y buscando pelea— se en­frentaban al Régimen. Créame si le digo que éramos pocos. Mis recuerdos son de un país abierto, alegre, divertido y más libre, en lo menudo, que el de ahora. Basta de mentiras. No reabra trincheras. No dé vivas a la República y a lo que fue una infamia».

Especialmente importante, por su contradicción con el espec­táculo que la realidad nos ofrece, es el texto del «Mensaje de la Co­rona», es decir, del Rey Juan Carlos I, de 22 de noviembre de 1975, del que reproduzco uno de sus párrafos: «Una figura excepcional entra en la Historia. El recuerdo de Franco constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad… Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien, como soldado y esta­dista, ha consagrado toda la existencia a su servicio».

¿Cómo, después de esta exigencia, para sí mismo, de «compor­tamiento y lealtad», pueda comprenderse que, regresado a España, sea un personaje de la situación Santiago Carrillo, el que en una en­trevista con Oriana Fallaci, publicada en la revista L’Europe, el 10 de octubre de 1975, dijera: «La condena a muerte a Franco la firmaría. Sí. Estoy entre los españoles que piensan que ver morir a Franco en su casa es una injusticia histórica»?

 Recogiendo frases ya citadas, e incorporando otras, recordé en mi discurso en el Aula de cultura de Fuerza Nueva, el 1 de octubre de 1982, con motivo del 46 aniversario de la exaltación de Franco a la jefatura del Estado, lo siguiente: «Franco es la encarnación de la Patria Española» (don Marcelo González). «El Centinela de Oc­cidente» (Luis de Galinsoga). «El Caudillo de la Hispanidad» (Ma­nuel José Ligarte Godoy). «El caballero cristiano, fiel a su Dios y a su Patria» (monseñor Spellman). «El que hizo posible la continui­dad de la predicación y del culto católico, interrumpido sistemáti­camente a sangre y fuego» (Guerra Campos) «Católico, español y gallego. Todo eso hasta los tuétanos y con toda su sangre» (Víctor Eduardo Ordóñez).

 

La Iglesia y la Guerra española de Blas  Piñar  – Contracorriente