La Conferencia Episcopal Española, ha declarado que: “Es como obispos, nuestra obligación,
ayudar al discernimiento acerca de la justicia y de la moralidad de las leyes. En este sentido, debemos reiterar que la actual legislación española sobre el aborto es gravemente injusta, puesto que no reconoce ni protege adecuadamente la realidad de la vida. Es pues, urgente la modificación de la ley, con el fin de que sean reconocidos y protegidos los derechos de todos en lo que toca al más elemental y primario derecho a la vida”.
Además, los obispos españoles invitan a los cristianos a no favorecer con el voto programas políticos o leyes contrarias a la fe y a la moral. “En nuestro contexto actual, nos parece obligado añadir que una conciencia cristiana bien formada no debe favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral en este sentido”.
Desde el día que le oí decir al beato Juan Pablo II: “¡Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente!”, me he preguntado infinidad de veces: ¿Se puede aceptar una democracia que legitimiza la muerte de cientos de millones de personas inocentes?. Mi respuesta es la misma: ¡No! ¡Nunca!. Porque en realidad, eso que llaman democracia: “se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”. (Beato Juan Pablo II). Yo nunca voto, no quiero corresponsabilizarme del asesinato de personas humanas inocentes. El primer ensayo democrático , fue la sentencia a muerde de nuestro Señor Jesucristo: “¡No queremos que este reine sobre nosotros!”, decían los judíos perversos y no los judíos piadosos que intentaron salvarlo.
Dicen nuestros obispos que los católicos no podemos dar nuestro voto a la realización de un programa político que contenga propuestas contrarias a los contenidos de la fe y moral cristianas. Evidente: no podemos votar a ningún partido con representación parlamentaria, porque todos apoyan la satánica ley del aborto. Más aún, debemos ponernos con todos los medios lícitos a nuestro alcance, porque: “las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen radicalmente, no sólo al bien común y, por consiguiente, están privadas totalmente de auténtica validez jurídica. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que por el contrario, establecen a una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia” (Beato Juan Pablo II).
Eutanasia, aborto, manipulación de embriones, son frutos malditos de eso que llaman democracia. No sólo tenemos la obligación sagrada de luchar y podar esas ramas podridas de la partidocracia. Debemos luchar hasta arrancar, desde sus raíces, el asesinato de personas inocentes, que posibilita y facilita la democracia moderna: “urge, pues descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales esenciales, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado pueden crear, modificar o destruir, sino que deben solo reconocer, respetar y promover”. (Beato Juan Pablo II).
En la llamada transición política, los partidos políticos de espaldas al pueblo, decidieron pergeñar una constitución que dinamitó el régimen político de Franco, fundamentado en la Doctrina Social de la Iglesia. Primero fue la ley del divorcio, después el aborto, la experimentación con embriones, el mal llamado matrimonio homosexual, la educación laica… todas leyes anticristianas, que no existían en tiempo de Franco. Y, como perita en dulce, contra los seis millones de parados de esta democracia, el pleno empleo en el régimen político y católico de Franco.
En 1412 cinco pretendientes aspiraban al trono de Aragón. Dos años duró la polémica lucha. Al fin Cataluña, Valencia y Aragón se ponen de acuerdo para buscar una solución al conflicto. Y deciden que “Nueve personas de ciencia y conciencia pura y buena fama”, se reunirán en el castillo de Caspe para buscar una solución al conflicto. El último de los designados fue un simple fraile, san Vicente Ferrer. Y fue él quien, con su voto, cerró la deliberación, declarando rey de Aragón a Fernando de Castilla, el infante victorioso de Antequera. San Vicente votó: “según Dios y mi conciencia”. Cinco votantes le siguieron diciendo que se adhieren “al voto e intención del maestro Vicente”.
La Doctrina Social y Política de la Iglesia es inmensamente superior a todas las ideologías políticas. Todo los males actuales de las naciones han venido por el olvido y desprecio de la Ley de Dios. El 11 de diciembre de 1925, Pio XU, publica la encíclica “Quas Primas”, sobre la realeza de nuestro Señor Jesucristo. El Vicario de Cristo, afirma: “El mundo ha sufrido y sufre este diluvio de males porque la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Jesucristo y su sanctísima Ley en la vida privada, en la vida de familia y en la vida pública del Estado; es imposible toda esperanza segura de una paz internacional verdadera mientras los individuos y los Estados nieguen obstinadamente el reino de Nuestro Salvador. Por esto, advertimos entonces que la paz de Cristo hay que buscarla en el reino de Cristo”. (Quas Primas, 2)
Volvamos a la ley de Cristo. Las leyes democráticas son antihumanas y anti divinas. Volvamos al gobierno de personas “de ciencia y conciencia pura”. El cardenal Bergoglio, hoy Su Santidad Francisco, decía, que estamos en “la guerra de Dios”. Combatamos los nobles combates de la fe: “No temáis. Abrid, más todavía, abrid de par en par las puestas a Cristo. Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, tanto los sistemas económicos como los políticos, los campos extensos de la cultura de la civilización y del desarrollo. No temáis” (Beato Juan Pablo II)
P. Manuel Martínez Cano mCR