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Del Venerable José María García Lahiguera
07 martes May 2013
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Publicado por manuelmartinezcano | Filed under Uncategorized
07 martes May 2013
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1938, 5 de Abril, Buenos Aires, episcopado argentino, fiel, gloria de España, leyes de la guerra, octubre de 1936, pueblo flie, revolución comunista
Carta del Episcopado Argentino
Buenos Aires, 5 de Abril de 1938.
Eminentísimos Sres. Cardenales; Excelentísimos Sres. Arzobispos y Obispos.-España.
Venerables Hermanos:
Las reuniones del Episcopado nos han brindado la oportunidad de considerar la Pastoral colectiva de los Excmos. Señores Obispos de España a los de todo el mundo, con ocasión de la guerra que asuela a esa nuestra muy querida Nación.
Por el conducto oficial de sus Pastores nos hemos enterado de su posición ante la guerra, de lo sucedido en el quinquenio que la precedió, del alzamiento militar y la revolución comunista, de los caracteres de esa revolución y de los del Movimiento Nacional, y de los deseos que expone a sus Hermanos en el Episcopado del mundo el benemérito y heroico Episcopado español.
Bien sabéis, Venerables Hermanos, que desde el principio del terrible flagelo que azota a España hemos estado en todo con el sentir y el obrar vuestros.
Iniciada la guerra, al ordenar rogativas por España, decíamos a nuestros amados diocesanos: “Antes de que se iniciara la contienda, manos criminales habían incendiado templos y colegios, gloria de España, y monumentos admirados del arte y la cultura. Empeñadas las armas en terrible lucha fratricida, iglesias, escuelas, asilos, obras de asistencia social, sin causa que lo justifique, han sido destruidas a impulso de odios implacables, mientras indefensas mujeres y niños, abnegadas religiosas, beneméritos sacerdotes y hasta Obispos venerables por sus méritos y por sus años, sin ninguna razón de beligerancia, han sido cruelmente asesinados. Para aumentar el horror de este cuadro, las leyes de la guerra, que tan afanosamente había conquistado la Humanidad civilizada, ya no rigen, no respetándose la vida y los bienes de los no beligerantes, las poblaciones civiles, los indefensos rehenes y otros principios morales, orgullo de la civilización cristiana. Ante estos hechos profundamente lamentables, de todos los corazones bien nacidos brota la más enérgica protesta, y el hombre, al comprobar su pequeñez y su impotencia, debe levantar su mirada al cielo e implorar de Dios el auxilio necesario que ponga remedio a tantos males”.
Más tarde, en octubre de 1936, al recordar el anterior documento, añadimos que “es nuestro deseo que la plegaria no cese, a fin de que el Señor alivie y abrevie la persecución desencadenada. He aquí el deber primordial de los católicos argentinos. Pero a esto ha de unirse un socorro de otra categoría. Centenares de templos han sido saqueados, despojados de sus vasos sagrados y de sus ornamentos litúrgicos, cuando no reducidos a escombros. Desde Catedrales antiquísimas, célebres en el mundo entero por el esplendor de los tesoros artísticos que contenían, hasta modestísimas ermitas situadas en la montaña, han sido víctimas de ese vandalismo que la humanidad civilizada, sin distinción de ideas, ha condenado justamente”.
Invitábamos luego al pueblo fiel a contribuir generosamente para poner algún remedio a tanto mal; y cuando nuestro enviado condujo a España los vasos sagrados, ornamentos y vestiduras del culto para las iglesias devastadas tuvisteis palabras de sentida gratitud, y hasta Su Eminencia el Cardenal Secretario de Estado se dignó comunicamos: “Inmenso ha sido el consuelo experimentado por el Santo Padre al ver la caridad tan verdadera y generosa de sus hijos de la noble Nación Argentina para con la Madre Patria, contribuyendo de una manera tan efectiva al restablecimiento del culto de aquella Fe que un día España les llevara con su lengua”.
Como veis, Venerables Hermanos, desde el primer momento hemos estado junto a vosotros; nos hemos asociado a vuestro duelo, os hemos acompañado en vuestras plegarias y hemos acudido en vuestro auxilio en la medida de nuestras débiles posibilidades.
Ahora, la lectura de vuestra Carta Colectiva renueva en todos nosotros estos mismos sentimientos, que os hacemos llegar por estas breves líneas, portadoras de nuestra fraternal adhesión.
07 martes May 2013
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avaricia, cólera, cofradías, contricción, conversión de los pecadores, cristianos, devotos, devotos exteriores, devotos presuntuosos, embriaguez, espíritu interior, gracia, imitar, impureza, injusticia, jurar, malediciencia, maría, Misas, orgullo, pasiones, pecadores, pecavvi, perniciosa, piedad, presunción, procesiones, sacrilegio, violentar, virtudes
Parte Primera
DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL
De las falsas devociones a la Santísima Virgen
96. Los devotos exteriores son las personas que cifran toda su piedad para con María en prácticas externas; que no gustan más que de la exterioridad de la devoción a la Santísima Virgen, porque carecen de espíritu interior; que rezarán muchos rosarios, pero siempre a toda prisa; oirán muchas Misas, pero sin atención; asistirán a las procesiones, pero sin devoción; entrarán en todas las Cofradías, pero sin enmendar su vida, sin violentar sus pasiones, sin imitar las virtudes de la Santísima Virgen.
No entienden sino la parte sensible de la devoción, ni gustan de su parte sólida; si no experimentan algo sensible en sus prácticas espirituales, creen que no hacen nada, se desentienden y lo abandonan todo, o lo hacen a la carrera y sin gusto.
El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores, y no hay gente que murmure más que ellos de las personas de verdadera oración, de las que, consagradas a la vida interior, creen que lo interior es la parte esencial, sin menospreciar por esto la devoción exterior, que va siempre junta con la verdadera y sólida devoción.
97. Los devotos presuntuosos son los pecadores abandonados a sus pasiones o los amantes del mundo que, con el nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen, esconden, o el orgullo, o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera, o el hábito de jurar, o la maledicencia, o la injusticia; devotos falsos que se duermen pacíficamente en sus malos pasos, sin hacerse violencia para corregirse; so pretexto de que son devotos de la Santísima Virgen, se prometen que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión y que no se condenarán porque rezan el rosario, ayunan los sábados, pertenecen a tal o cual Cofradía, y van cargados de medallas y escapularios.
Cuando se les dice que su devoción no es más que una ilusión del demonio y una presunción perniciosa capaz de causarles su eterna perdición, no lo quieren creer; dicen que Dios es muy bueno y misericordioso, que no nos ha criado para condenarnos, que no hay hombre que no peque, que no morirán sin confesión, que basta un buen peccavi (¡Señor, pequé!) a la hora de la muerte, que ellos son devotos de la Virgen, que llevan el escapulario, que todos los días rezan en su honra, sin respeto humano ni vanidad, siete Padrenuestros y siete Avemarías, que rezan también alguna vez el rosario y el Oficio de la Santa Virgen, que ayunan, etc., etc.
En confirmación de lo que dicen, y para mayor ceguedad, cuentan algunas historias que han oído o leído en libros, verdaderos o falsos, poco importa, historias que acreditan que personas muertas en pecado mortal y sin confesión han resucitado para confesarse, o que su alma ha sido milagrosamente detenida en el cuerpo hasta después de la confesión, o que a la hora de la muerte han alcanzado, por la misericordia de la Santísima Virgen, la contrición y el perdón de los pecados, y, por consiguiente, se han salvado, porque durante su vida habían rezado algunas oraciones o ejecutado algunas prácticas de devoción a la Virgen, y así, esperan ellos obtener la misma gracia.
98. Nada es tan condenable en el Cristianismo como esta presunción diabólica, porque ¿es posible que se diga en verdad que se ama y se honra a la Virgen cuando por los pecados se hiere, se crucifica y se ultraja despiadadamente a Jesucristo su Hijo? Si María se obligase a salvar a esta clase de gentes, su misericordia autorizaría el crimen, y ayudaría a crucificar, a ultrajar a su divino Hijo, y ¿quién osará jamás pensarlo?
99. Abusar así de la devoción a la Santísima Virgen, que después de la devoción a Nuestro Señor es la más santa y sólida, es cometer un horrible sacrilegio, el mayor y el menos perdonable después del de la Comunión indigna.
Confieso que para ser verdaderamente devoto a la Virgen no es absolutamente necesario ser tan santo que se evite todo pecado, aunque esto sería de desear; pero sí es a lo menos menester (nótese bien lo que voy a decir): 1.º, estar en una resolución sincera de evitar, al menos, todo pecado mortal que ultraje tanto a la Madre como al Hijo; 2.º, violentarse para evitar el pecado; 3.º, ingresar en las cofradías, rezar la Corona, el santo Rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.
100. Todo esto es admirablemente útil para la conversión de los pecadores, aunque endurecidos, y si mi lector es de estos pecadores, aunque tuviera un pie en el abismo, le aconsejo practique algunas de estas devociones, si bien a condición de hacer estas buenas obras con la intención de obtener de Dios, por la intercesión de la Santísima Virgen, la gracia de la contrición y del perdón de sus pecados, y la fortaleza para vencer sus malos hábitos, y no con el fin de permanecer pacíficamente en estado de pecado mortal contra los remordimientos de su conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los Santos y las máximas del Evangelio.
07 martes May 2013
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1, afligida, amar a Dios, amigos, avarientos, bienaventurados, carne, condenados, confusión, consuelo, Cristo, deleites, despreci, despreciado, devotos, disolutos, docta, dolor, filosofía, floridas, Infierno, juicio, juicio de los hombres, justos, miserable, mundo, necesidad, obediencia, obras santas, oprimidos, paciencia, palabras, palacio dorado, pecadods, pecadores, penas, penitencia, poder, precioso, propio, reinar, riquezas, Sab 5, sabio, sagacidad, soberbios, sosiego, sufrida, tesoro, tierra, tormento, trabajos, tribulación, vanidad, vestido, vicio
Capítulo 24 (II)
Del juicio y penas de los pecadores
4. No hay vicio que no tenga su propio tormento.
Allí los soberbios estarán llenos de confusión, y los avarientos serán oprimidos con miserable necesidad.
Allí será más grave pasar una hora de pena que aquí cien años de amarguísima penitencia.
Allí no hay sosiego ni consuelo alguno para los condenados; mas aquí cesan algunas veces los trabajos y se goza del consuelo de los amigos.
Ten ahora cuidado y dolor de tus pecados, para que en el día del Juicio estés seguro con los bienaventurados.
5. Pues entonces «estarán los justos con gran constancia contra los que les angustiaron y persiguieron» (Sab 5,1).
Entonces estará para juzgar el que aquí se sujetó humildemente al juicio de los hombres.
Entonces tendrá mucha confianza el pobre y humilde; mas el soberbio, por todos los lados se estremecerá.
Entonces se verá que el verdadero sabio en este mundo fue aquel que aprendió a ser necio y menospreciado por Cristo.
Entonces agradará toda tribulación sufrida con paciencia, «y toda maldad no despegará los labios» (Sal 106,42).
Entonces se alegrarán todos los devotos y se entristecerán todos los disolutos.
Entonces se alegrará más la carne afligida que la que siempre vivió en deleites.
Entonces resplandecerá el vestido despreciado y parecerá vil el precioso.
Entonces será más alabada la pobre casilla que el palacio dorado.
Entonces ayudará más la constante paciencia que todo el poder del mundo.
Entonces será más ensalzada la simple obediencia que toda la sagacidad del siglo.
Entonces alegrará más la pura y buena conciencia que la docta filosofía.
Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas que todo el tesoro de los ricos de la tierra.
Entonces te consolarás más de haber orado con devoción que de haber comido delicadamente.
Entonces te alegrarás más de haber guardado silencio que de haber conversado mucho.
Entonces valdrán más las obras santas que las palabras floridas.
Entonces agradará más la vida estrecha y la rigurosa penitencia que todos los deleites terrenos.
6. Aprende ahora a padecer en lo poco, para que entonces seas libre de lo muy grave.
Prueba aquí primero lo que podrás después.
Si ahora no puedes padecer levemente, ¿cómo podrás después sufrir los tormentos eternos?
Si una pequeña penalidad te hace tan impaciente, ¿qué hará entonces el infierno?
De verdad no puedes tener dos goces: deleitarte en este mundo y después reinar con Cristo.
Si hasta ahora hubieses vivido siempre en honores y deleites, y te llegase el instante de la muerte, ¿qué te aprovecharía todo lo pasado?
Todo, pues, es vanidad, sino amar a Dios y servirle a Él solo.
Porque quien ama a Dios de todo corazón, no teme la muerte, ni el tormento, ni el juicio, ni el infierno; pues el amor perfecto tiene segura entrada para Dios.
Mas quien todavía se deleita en pecar, no es maravilla que tema la muerte y el juicio.
Bueno es, no obstante, que si el amor aún no te desvía de lo malo, por lo menos el temor del infierno te refrene.
Pero el que pospone el temor de Dios, no puede durar mucho tiempo en el bien, sino que caerá muy pronto en los lazos del demonio.