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Comamos y bebamos hasta reventar, que con la muerte se acaba todo. Esta mentalidad moderna que busca la felicidad en las cosas materiales conduce a una profunda angustia y frustración, porque le hombre tiene el deseo natural de una permanencia que sólo puede saciar en su Dios y Creador en la tierra y eternamente en el Cielo.
Si no existe la eternidad, ni no se cree en Dios, la vida se reduce a un pasarlo bien, divertirse, deambulando por el paraíso del bienestar, hasta reventar. Triste vida y terrible muerte.
El beato Juan Pablo II, decía que “muchas personas, aunque no carezcan de las cosas materiales necesarias, se sienten más solos, abandonadas a su suerte, sin lazos de apoyo afectivo”. Y es que el ateísmo, es radicalmente antinatural, inhumano, porque pretende suprimir el deseo natural del alma de conocer y amar a Dios. No está la felicidad en la posesión y disfrute de las cosas materiales, está en el amor a Dios y al prójimo. Todas las personas queremos ser felices, pero, en nuestra moderna sociedad, vemos a pocas personas alegres, que es el signo exterior de un corazón en paz y feliz.
Ni mucho menos esta la felicidad en el vicio y en el pecado. Ni las drogas, ni la lujuria, ni la avaricia, ni la soberbia, ni la gula, ni la pasión del poder político, dan la felicidad. Porque el pecado y el vicio embrutece el alma y alejan de Dios, y de una vida feliz. Cuando los hombres y las mujeres hacen centro de sus vidas a ellos mismos, la vida se convierte un témpano que los hace fríos y duros.
Cuando el alma, por la oración y la mortificación, se ha desunido de las cosas mundanas y, vive en gracia de Dios, es dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo y nace en ella el deseo de servir a Dios y ser feliz. El cristiano, ya desde el bautismo, está incorporado a Cristo y participa de la vida divina en fomentar e incrementar esa vida divina, encuentra su felicidad.
He recibido una carta de una antigua alumna, que hace un año entró en un monasterio de vida contemplativa. Me dice: ¡Aquí cada día somos más felices!. ¡Si la gente supiera lo felices que somos, asaltarían los conventos! Cada día doy más gracias a Dios por haberme traído a este cielo en la tierra. La razón es bien sencilla: su riqueza es Dios.
P. Manuel Martínez Cano mCR
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