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“El tercer punto de la meditación de los pecados es mirar quién soy yo, disminuyéndome por ejemplos:
1º, cuánto soy yo en comparación de todos los hombres; 2º, qué cosa son los hombres en comparación de todos los ángeles y santos y santas del paraíso; 3º, mirar que cosa es todo lo criado en comparación de Dios, pues yo solo ¿qué puedo hacer?; 4º, mirar toda mi corrupción y fealdad de mi cuerpo; 5º, mirarme como una llaga supurante, de donde han salido tantos pecados y tantas maldades y pus asquerosísima”.
¿Qué sucedería si yo declarase la guerra a todos los hombres? ¿Qué vale mi ciencia o mi fuerza comparada con todos los hombres? ¿El día que muera quién me echara de menos? ¿Quién notaría mi falta en España? ¡Qué estupidez creernos que valemos mucho! ¡que somos muy importantes! Vanidad de vanidades.
Comparados con los ángeles y los santos somos muy poca cosa; y, si me comparo con Dios, soy nada. Todas las cosas son delante de Él como nada. Somos llaga y pus de donde han salido muchos pecados. Cuando san Francisco de Borja salía a cualquier lugar, sentía internamente como le gritaban: “¡Al condenado!”. San Juan de Ávila: “Toda esta vida es año de probación, año de noviciado, para que se vea si sois digno de ser morador del Cielo: qué castidad habéis guardado en este tiempo, que humildad, qué amor de Dios y de los prójimos”.
“El cuarto punto es considerar quién es Dios, contra quien he pecado, según sus atributos, comparándolos con sus contrarios en mí: su sapiencia a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi malicia”.
La magnitud de la ofensa se mide por la dignidad y grandeza del ofendido. Y yo he ofendido a Dios muchas veces. El corazón debería reventar de dolor. ¡He ofendido a Dios tantas veces! Mi malicia ha ofendido a su bondad infinita, mi debilidad y flaqueza se ha atrevido a enfrentarse a mi Dios todopoderoso; mi maldad e iniquidad ha despreciado su justicia que “no perdonó a su propio hijo”(Rom.10,8). San Juan de Ávila: “Mirad cuán gran bofetada se da a Dios, después de haberlo conocido, trocado por cosa tan baja como es el pecado. Mirad que sois templo de Dios; guardaos limpios por honra de Aquél que en vos mora”.
Santa Maravillas de Jesús: “Dan ganas de olvidar de una vez todo el cúmulo de mis propias miserias, arrojándolas todas, las pasadas, las presentes y las venideras según se vayan presentando, a cada instante, en ese fuego consumidor del Corazón Divino”. San Antonio Mª Claret: “El pensar que el pecado no sólo hace condenar a mi prójimo, sino que principalmente es una injuria a Dios, que es mi Padre. ¡Ah! esta idea me parte el corazón de pena y me hace correr como… Y me digo: si un pecado es de malicia infinita, el impedir un pecado es impedir una injuria infinita a mi Dios, a mi buen Padre”.
“El quinto punto es exclamar admirado y con crecido afecto, recorriendo una a una todas las criaturas, cómo me han dejado con vida y conservado en ella: los ángeles, siendo espada de la justicia divina, cómo me han sufrido y guardado y rogado por mí; los santos cómo han intercedido y rogado por mí; y los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces y animales como me han conservado hasta ahora; y la tierra, cómo no se ha abierto para sorberme, criando nuevos infiernos para siempre pensar en ellos”.
El pecador es un monstruo de maldad. Las criaturas creadas por Dios, deberían aniquilarlo porque fueron hechas para que le ayuden a alabar y hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y él las usa para ofender a Dios. Como el fiel Abisai que, al oír a Semei insultar a su rey David, no pudo contenerse y exclamó furioso: “¿Por qué maldice ese perro muerto al Señor mi rey? ¡Voy a cortarle la cabeza!”(2 Reyes 16,9), así claman justicia ante Dios las criaturas contra el pecador. Pero la infinita misericordia de Dios las contiene y las hace que nos sirvan y nos ayuden a ser santos y volver a Él, como el hijo pródigo.
Todo lo ha ordenado Dios para mi eterna salvación. Y, para mi eterna felicidad, el Hijo de Dios se hizo hombre en las purísimas entrañas de la Virgen María y murió en la cruz por mis pecados. y fundó su Iglesia. Los sacerdotes pueden perdonar todos los pecados y darnos el Cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Dios hecho hombre; qué es el hombre para que te acuerdes de Él y le ames infinitamente. “Exclamación admirable con crecido afecto”, dice san Ignacio.
“Acabar con un coloquio sobre la misericordia que el Señor ha tenido conmigo y dando gracias a Dios nuestro Señor, porque me ha dado vida hasta ahora, y proponer enmienda con su gracia para adelante. Pater nóster”. Señor antes morir que ofenderte. Te quiero, Jesús mío, con todo mi corazón.
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