San Ignacio dice que el tercer ejercicio es repetición del 1º y 2º ejercicio haciendo tres coloquios, haciendo pausa en los San Ignacio de Loyolapuntos que ha sentido mayor consolación o desolación o mayor sentimiento espiritual, después de lo cual haré tres coloquios de la manera que se sigue.

Santa Faustina Kowaska: “Cuando meditaba sobre el pecado de los ángeles y sobre su castigo, he preguntado a Jesús: ¿Por qué los ángeles fueron castigados inmediatamente después del pecado? Escuché una voz: “Por su profundo conocimiento de Dios. Ningún hombre en la tierra, aunque fuera un gran santo, tiene tal conocimiento de Dios como un ángel”. Pero conmigo, miserable, oh Dios, te has mostrado misericordioso tantas veces. Me llevas en el seno de tu misericordia y me perdonarás siempre cuando con el corazón contrito te suplique perdón”.

Quiere san Ignacio que conozcamos la malicia del pecado viendo las consecuencias que tuvo en los ángeles, espíritus puros, llenos de gracia, destinados a alabar, hacer reverencia y servir a Dios; pero pecaron de soberbia, desobediencia a Dios. Un pecado de pensamiento que duró un instante y que fue la causa de que fueran expulsados del cielo al infierno para siempre. Transformados de gracia en malicia, de belleza en fealdad, de felicidad en tormento eterno. Fueron castigados por Dios que es infinitamente justo, santo, sabio, misericordioso… Y mi alma ¿qué transformación ha sufrido por mis muchos pecados? Vergüenza y confusión. No me dejaré llevar por las primeras impresiones de mi entendimiento; rechazaré los pensamientos pecaminosos que pueda recordarme la memoria…

Adán y Eva fueron creados en gracia santificante y los dones preternaturales de ciencia, inmortalidad del cuerpo, exención de la concupiscencia. Hijos de Dios y herederos del Cielo, enriquecidos con las virtudes infusas de fe, esperanza y caridad. Engañados por el demonio, desobedecieron a Dios ¡querían ser como dioses! y Dios los arrojó del Paraíso terrenal, privados de la gracia, despojados del derecho a la gloria eterna; y sujetos a la muerte, a la enfermedad, al dolor a la concupiscencia… Cerrado el cielo, abierto el infierno… Meditemos sin prisas y saquemos propósitos firmes y concretos.

El tercer punto de la repetición, del primero y segundo ejercicio, es el castigo de un pecador por un solo pecado o menos de los que yo he cometido, condenado en el infierno. En el “proceso del los pecados”, recordamos todos los pecados de nuestra vida de pensamientos, palabras, obras, omisiones… Examinar los pecados mirando la fealdad y malicia de cada uno de ellos, como rebelión contra Dios y causa de la pasión y muerte de Cristo. Y todo por gozar de un momento de placer, dejarme arrastrar por el cobarde respeto humano o deleitarnos en sucios pensamientos.

Hemos de volver varias veces sobre lo que hemos meditado, para que las ideas se conviertan en afectos puros y limpios; y los convirtamos en vida propia los sentimientos y acciones para la mayor gloria de Dios. No cometer deliberadamente ningún pecado mortal, ni venial, ni falta, aunque no sea pecado. Trabajar para disminuir progresivamente los pecados veniales y faltas semiliberadas; corregir los defectos temperamentales naturales; apartar de nuestra vida toda ostentación, el hedonismo, la superficialidad y mundanidad; el afán de divertirse y pasarlo bien. Para conseguirlo hemos de pedir muchas veces aborrecimiento del pecado mortal, el venial y de las ocasiones de pecado.

Yo, que soy miseria y pecado, me atrevo a ofender a Dios todopoderoso, infinitamente sabio, justo y bondadoso: “Hay dos cosas sumas… En la línea de la bondad: Dios; en la de la maldad: el pecado” (San Agustín); ¡Dios mío! Cómo es que me aguantas a mi monstruo de maldad ¡Bendito seas, Padre mío! Mil veces morir antes que volverte a ofender.