Etiquetas

, , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

Parte Segunda

DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

De la perfecta consagración a Jesús por María

115. Hay muchas prácticas interiores de la verdadera devoción a la Santísima Virgen; he aquí en resumen las principales:
1.ª Honrarla como digna Madre de Dios con culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los demás Santos, como la obra más perfecta de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; 2.ª, meditar sus virtudes, sus privilegios y sus acciones; 3.ª, contemplar sus grandezas; 4.ª, rendirla actos de amor, de alabanza y de reconocimiento; 5.ª, invocarla de corazón; 6.ª, ofrecerse y unirse a Ella; 7.ª, obrar en todo con la mira de agradarla; 8.ª, comenzar, continuar y concluir todas las obras por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, que es nuestro último fin. Más adelante explicaremos esta práctica.

116. La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también muchas prácticas exteriores, de las cuales las principales son las siguientes:
1.ª Alistarse en sus Cofradías y Congregaciones; 2.ª, entrar en las Ordenes religiosas instituidas bajo su nombre; 3.ª, publicar sus alabanzas; 4.ª, hacer en honra suya limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales o corporales; 5.ª, llevar consigo su librea, a saber: el santo rosario, o la corona, el escapulario o la cadenilla; 6.ª, rezar con atención, devota y modestamente el santo rosario, compuesto de quince decenas de Avemarías en honor de los quince principales Misterios de Jesucristo, o la corona de cinco decenas o tercera parte del rosario, en honor de los cinco Misterios gozosos, que son: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, la Purificación y el Niño perdido y hallado en el templo; o los cinco Misterios dolorosos: la agonía de Jesucristo en el huerto de los Olivos, su flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario con la cruz a cuestas, y la crucifixión; o los cinco Misterios gloriosos, a saber: la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, su Ascensión, el Descendimiento o venida del Espíritu Santo, la Asunción de la Santísima Virgen al cielo en cuerpo y alma, y su Coronación por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Se puede también decir una corona de seis o siete decenas, en honra de los años que se cree que la Santísima Virgen vivió sobre la tierra; o la pequeña corona de la Santísima Virgen compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías en honor de la corona de las doce estrellas o los doce privilegios de la Virgen; o el Oficio de la Santísima Virgen, tan universalmente recibido y rezado en la Iglesia; o el pequeño salterio que San Buenaventura compuso en su honra, y en el cual es tan tierno y tan devoto, que no se puede rezar sin sentirse el alma enternecida; o catorce Padrenuestros y catorce Avemarías en honor de sus catorce gozos; o algunas otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve Regina, el Alma, el Ave Maris Stella, el Magnificat o algunas otras prácticas de devoción, de que están llenos los libros piadosos; 7.ª, cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales; 8.ª, hacerle cierto número de genuflexiones o reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces Ave, Maria, Virgo fidelis (Dios te salve, María, Virgen fiel), para alcanzar por su mediación la fidelidad a las gracias de Dios durante el día; y por la tarde, Ave, Maria, Mater misericordiae (Dios te salve, María, Madre de misericordia), para pedir perdón a Dios por medio de Ella, de los pecados cometidos durante el día; 9.ª, ser solícito en asistir a sus Congregaciones, adornar sus altares, coronar y embellecer sus estatuas; 10.ª, conducir o hacer conducir sus imágenes en procesión, o llevar una sobre sí mismo, como arma poderosa contra el demonio; 11.ª, hacer imágenes suyas, o dedicarlas a su nombre, y colocarlas o en las iglesias, o en los aposentos, o sobre las puertas y entradas de los pueblos, de las iglesias y de las casas; 12.ª, consagrarse a Ella de una manera especial y solemne.

117. Hay gran número de otras prácticas de verdadera devoción a la Santísima Virgen, que el Espíritu Santo ha inspirado a las almas santas y que son muy edificantes, las cuales se podrán leer más detalladamente en el Paraíso abierto a Filagia, compuesto por el Rdo. P. Pablo Barry, de la Compañía de Jesús, que ha recogido en esa obra gran número de devociones que los Santos han practicado en honor de la Santísima Virgen, las cuales sirven admirablemente para la santificación de las almas siempre que se hagan como es menester, es decir: 1.º, con buena y recta intención de agradar sólo a Dios, de unirse a Jesucristo, como último fin, y de edificar al prójimo; 2.º, con atención y sin distracción voluntaria; 3.º, con piedad, sin ligereza y sin negligencia; 4.º, con modestia y compostura corporal, respetuosa y edificante.

118. En fin, protesto altamente que después de haber leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Madre de Dios, y de haber conversado familiarmente con las más sabias y santas personas de estos últimos tiempos, no he conocido ni sabido práctica alguna hacia la Santísima Virgen semejante a la que voy a exponer, que exija de un alma más sacrificios para con Dios, que la vacíe más de sí misma y de su amor propio, que la conserve más fielmente en la gracia, y la gracia en ella, que la una más perfecta y fácilmente a Jesucristo, y finalmente, que sea más gloriosa a Dios, más apta para la santificación propia y más útil para el prójimo.

119. Como lo esencial de esta devoción consiste en el interior, no será igualmente comprendida por todos; algunos se quedarán en lo que tiene de exterior, sin pasar más adelante, y éstos serán el mayor número; otros, que serán pocos, entrarán en lo más recóndito, pero no subirán más de un grado. ¿Quiénes subirán hasta el segundo? ¿Quién alcanzará el tercero? En fin, ¿quién será el que permanezca en él habitualmente? Solamente aquél a quien el Espíritu Santo revele este secreto, el alma a quien el mismo Espíritu conduzca a ese estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta llegar a la transformación de sí mismo en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo.