10 -¿Es pecado profesar la doctrina liberal?
No lo decimos nosotros. Es la Iglesia, la que solemnemente lo ha reiterado. Es pecado gravísimo propugnar las doctrinas liberales. Léase el «Syllabus», de Pío IX. En 1867, Pío IX, ante 300 prelados, decía: «De nuevo confirmo ante vosotros la encíclica Quanta Cura y el Syllabus, y os lo propongo nuevamente como regla de doctrina». Los obispos contestaron que «de todo corazón reciben el Syllabus como decreto del supremo magisterio de la Iglesia».
11 -A estas horas, citar el «Syllabus» de Pío IX y los anatemas contra el liberalismo, ¿no pertenece a la prehistoria más ultra y desfasada?
Pablo VI, en su abundante magisterio, se ha referido a esta temática. Destaca su carta apostólica «Octogésima adveniens», del 14 de mayo de 1971. Un intelectual tan calificado como Louis Salleron, enjuició dicho documento «como un nuevo Syllabus que se dibuja en filigrana detrás del rechazo de las ideologías y de las utopías y del positivismo que gobiernan el mundo». En dicho escrito, Pablo VI, además de marginar otras ideologías anticristianas, condena el liberalismo «que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales, y no como un fin y un criterio más elevado del valor de la organización social». Por tanto, el liberalismo está condenado. y en la actualidad de manera muy concreta.
12 -Luego el liberalismo, en todas sus formas, ¿es pecaminoso?
Lo enseña infaliblemente la Iglesia. Es herético el liberalismo absoluto, o sea, el que niega la existencia de Dios. En el Vaticano I se enseña: «Si alguno negase que hay un solo Dios verdadero criador y Señor de todas las cosas visibles e invisibles sea anatema» (Constitución dogmática De Pide, capítulo I). Este es el liberalismo absoluto. Pero también está condenado el liberalismo que preconiza la sociedad y el individuo separados de Dios. En el Vaticano I, se nos dice: «Si alguno dijere que la razón humana es de tal suerte independiente que Dios no puede mandarle la fe, sea anatema» (De Pide, capítulo III, canon I). Y el llamado liberalismo moderado, democristiano, centrista que consta en el programa de los partidos llamados de derecha civilizada, no es menos irracional y heterodoxo. Referente a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, estos liberales abogan siempre por el predominio de sus ideologías políticas, apoyados por normas de la ONU y consignas de las sectas, con deterioro de la Ley de Dios. Y así vemos cómo gobernantes que se presentan como católicos, promulgan leyes antinaturales, como la del divorcio, la del aborto, y otras semejantes, cayendo de lleno en lo que Pío IX condenó explícitamente: «En caso de oposición entre las leyes de las dos potestades, prevalece el derecho civil» (<<Syllabus»,proposición 42). y en la «Gaudium et Spes» se ilumina la doble proyección de la libertad, ya personal, ya social. Se recuerda que «la libertad del hombre, herida por el pecado, no puede hacer plenamente activa esta ordenación a Dios sino con la ayuda de la gracia divina. Y cada uno tendrá que dar cuenta ante el tribunal de Dios de su propia vida, según él mismo haya elegido obrar el bien o el mal (cf. 2 Cor., S,10)». Y esto está totalmente en contradicción con el liberalismo también moderado y democristiano que se sostiene sobre el error rousseauniano de la bondad natural del hombre. Y también en el Vaticano II, frente al sofisma de «la Iglesia libre en el Estado libre», que es el slogan sobado que se viene repitiendo, se nos aclara: «La comunidad política y la Iglesia son, en sus propios campos, independientes y autónomas la una respecto de la otra. Pero las dos, aunque con diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres. Este servicio lo prestarán con tanta mayor eficacia cuanto ambas sociedades mantengan entre sí una sana colaboración, siempre dentro de las circunstancias de lugares y tiempo»