Después de las meditaciones de los pecados, san Ignacio presenta la meditación del infierno, que es un dogma de fe. Cristo habla frecuentemente del infierno. “Irán al suplicio eterno” (Mt. 25,46). En el Nuevo Testamento aparecen veintitrés veces el fuego del infierno: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mt 25,41). Es la pena de sentido que sufren los condenados, como castigo del uso pecaminoso de las cosas creadas; consiste en los tormentos causados externamente en el condenado por medios sensibles: “fuego”, “alaridos”,”crujir de dientes”. “¿En qué juicio cabe querer más arder con Lucifer que reinar con Cristo?” (San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia).
El Concilio de Letrán definió que: “Los condenados sufrirán con el diablo el suplicio eterno”. En el suplicio del infierno se sufren dos clases de penas: la pena de sentido, y la pena de daño. Este sufrimiento es el castigo merecido por el pecado mortal que es una desobediencia voluntaria y consciente a la Ley de Dios. Constituye la esencia del castigo del infierno, que consiste en verse privado de la visión beatica de Dios eternamente: “No os conozco” (Mt. 25,15).
“¿Castigo tremendo!” “¿Qué somos, Señor, para que nos améis hasta el punto de amenazarnos con el infierno si no os amamos?” (San Agustín)
los hombres y las mujeres de nuestros días se han formado la idea de un dios bonachón que lo perdona todo. Como han perdido la conciencia de pecado se han hecho un Dios a su gusto y medida. Ningún católico debe olvidar que Dios es infinitamente misericordioso e infinitamente justo.
San Enrique de Ossó nos da la clave para no ir al infierno: “Las puertas del infierno son los pecados, pues por ellas se precipitan los hombres a él, y quienes abren esas puertas del infierno son las ocasiones de pecar, las malas compañías, malos ejemplos, malas lecturas, escándalos…. No te fies de la virtud pasada, ni de los buenos propósitos presentes. Solo en la huida de las ocasiones está el verdadero remedio para no caer en pecado”.

P. Manuel Martínez Cano, mCR