Parte Segunda
DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

En qué consiste la perfecta consagración a Jesús por María
126. He dicho que esta devoción puede ser llamada muy bien una perfecta renovación de los votos o promesas del santo Bautismo, porque todo cristiano era antes del bautismo esclavo del demonio, puesto que a él pertenecía; pero en el bautismo ha renunciado, o por sí mismo, o por medio de su padrino y su madrina, solemnemente a Satanás, a sus pompas y sus obras, y ha tomado a Jesucristo por su dueño y soberano Señor para depender de El en calidad de esclavo de amor.
Pues bien, esto es lo que se hace por la presente devoción: renuncia el cristiano (como se dice en la fórmula de consagración) al demonio, al mundo, al pecado y a sí mismo, y se da todo entero a Jesucristo por manos de María. Y aún se hace algo más, toda vez que en el bautismo se habla ordinariamente por boca de otro, es decir, por el padrino y la madrina; no se entrega uno a Jesucristo sino por medio de procurador, pero en esta devoción se hace esa entrega por sí mismo, voluntariamente y con conocimiento de causa. En el santo Bautismo no se da uno a Jesucristo por medio de María, al menos expresamente, ni se hace entrega del valor de las buenas obras, quedando después del bautismo enteramente libre para aplicarlo a quien se quiera o para conservarlo para sí, pero por esta devoción se da uno expresamente a Nuestro Señor por las manos de María y se le entrega el valor de las buenas obras.
127. Los hombres, dice Santo Tomás, hacen voto en el santo Bautismo de renunciar al demonio y a sus pompas, y este voto, dice San Agustín, es el mayor y más indispensable. Es lo mismo que también dicen los canonistas: El principal voto es el que hacemos en el bautismo. Sin embargo, ¿quién cumple este voto tan importante? ¿Quién observa fielmente las promesas del Santo Bautismo? ¿No hacen traición casi todos los cristianos a la fe prometida a Jesucristo en el bautismo? De qué puede resultar este desarreglo universal, sino del olvido en que se vive de las promesas que se hicieron en él, y de los compromisos contraídos, y de que casi nadie ratifica por sí mismo el contrato de alianza hecho con Dios por medio del padrino y de la madrina?
128. Tan es esto verdad, que el Concilio de Sens, convocado por orden de Luis el Benigno (Ludovico Pío), para poner remedio a los grandes desórdenes que asolaban el reino de Francia, creyó que la principal causa de esta corrupción de las costumbres provenía del olvido y de la ignorancia en que se vivía de los compromisos del santo Bautismo, y no se encontró mejor medio de remediar tamaño mal, que excitar a los cristianos a renovar las promesas bautismales.
129. El Catecismo del Concilio de Trento, fiel intérprete de este santo Concilio, exhorta a los párrocos a adoptar esta misma práctica, y a exhortar frecuentemente a los pueblos a que se consagren a Nuestro Señor Jesucristo, como esclavos a su Redentor y Señor. He aquí sus palabras: Se conmina al párroco a ser fiel a aquella práctica para que sepa que es justísimo para nosotros adherirnos y consagrarnos perpetuamente al servicio total de nuestro Señor y Redentor (Cat. Concilio Tridentino, part. 1, c. 3, § 4).
130. Si, pues, los Concilios, los Padres y la experiencia misma nos muestran que el mejor remedio para los desarreglos de los cristianos es hacerles recordar las obligaciones de su bautismo, y renovar los votos en él hechos, ¿no es razonable que ahora lo hagamos de una manera perfecta, consagrándonos enteramente a Nuestro Señor por su Santísima Madre? Digo de una manera perfecta, porque para consagrarnos a Jesucristo debemos servirnos del más perfecto de todos los medios, que es la Santísima Virgen.