Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: junio 2013

Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen XXIV

19 miércoles Jun 2013

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Parte Segunda
DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

En qué consiste la perfecta consagración a Jesús por María
126. He dicho que esta devoción puede ser llamada muy bien una perfecta renovación de los votos o promesas del santo Bautismo, porque todo cristiano era antes del bautismo esclavo del demonio, puesto que a él pertenecía; pero en el bautismo ha renunciado, o por sí mismo, o por medio de su padrino y su madrina, solemnemente a Satanás, a sus pompas y sus obras, y ha tomado a Jesucristo por su dueño y soberano Señor para depender de El en calidad de esclavo de amor.
Pues bien, esto es lo que se hace por la presente devoción: renuncia el cristiano (como se dice en la fórmula de consagración) al demonio, al mundo, al pecado y a sí mismo, y se da todo entero a Jesucristo por manos de María. Y aún se hace algo más, toda vez que en el bautismo se habla ordinariamente por boca de otro, es decir, por el padrino y la madrina; no se entrega uno a Jesucristo sino por medio de procurador, pero en esta devoción se hace esa entrega por sí mismo, voluntariamente y con conocimiento de causa. En el santo Bautismo no se da uno a Jesucristo por medio de María, al menos expresamente, ni se hace entrega del valor de las buenas obras, quedando después del bautismo enteramente libre para aplicarlo a quien se quiera o para conservarlo para sí, pero por esta devoción se da uno expresamente a Nuestro Señor por las manos de María y se le entrega el valor de las buenas obras.
127. Los hombres, dice Santo Tomás, hacen voto en el santo Bautismo de renunciar al demonio y a sus pompas, y este voto, dice San Agustín, es el mayor y más indispensable. Es lo mismo que también dicen los canonistas: El principal voto es el que hacemos en el bautismo. Sin embargo, ¿quién cumple este voto tan importante? ¿Quién observa fielmente las promesas del Santo Bautismo? ¿No hacen traición casi todos los cristianos a la fe prometida a Jesucristo en el bautismo? De qué puede resultar este desarreglo universal, sino del olvido en que se vive de las promesas que se hicieron en él, y de los compromisos contraídos, y de que casi nadie ratifica por sí mismo el contrato de alianza hecho con Dios por medio del padrino y de la madrina?
128. Tan es esto verdad, que el Concilio de Sens, convocado por orden de Luis el Benigno (Ludovico Pío), para poner remedio a los grandes desórdenes que asolaban el reino de Francia, creyó que la principal causa de esta corrupción de las costumbres provenía del olvido y de la ignorancia en que se vivía de los compromisos del santo Bautismo, y no se encontró mejor medio de remediar tamaño mal, que excitar a los cristianos a renovar las promesas bautismales.
129. El Catecismo del Concilio de Trento, fiel intérprete de este santo Concilio, exhorta a los párrocos a adoptar esta misma práctica, y a exhortar frecuentemente a los pueblos a que se consagren a Nuestro Señor Jesucristo, como esclavos a su Redentor y Señor. He aquí sus palabras: Se conmina al párroco a ser fiel a aquella práctica para que sepa que es justísimo para nosotros adherirnos y consagrarnos perpetuamente al servicio total de nuestro Señor y Redentor (Cat. Concilio Tridentino, part. 1, c. 3, § 4).
130. Si, pues, los Concilios, los Padres y la experiencia misma nos muestran que el mejor remedio para los desarreglos de los cristianos es hacerles recordar las obligaciones de su bautismo, y renovar los votos en él hechos, ¿no es razonable que ahora lo hagamos de una manera perfecta, consagrándonos enteramente a Nuestro Señor por su Santísima Madre? Digo de una manera perfecta, porque para consagrarnos a Jesucristo debemos servirnos del más perfecto de todos los medios, que es la Santísima Virgen.

Vida de san José I: Los Padres de san José

19 miércoles Jun 2013

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Los padres de San José

En los Evangelios leemos que San José era «hijo de David». Asi lo llamó el ángel al aparecerse en sueños (Mt. 1,20), y San Lucas, haciendo referencia a él, dice:

«.Un nuevo varón, de nombre José, de la casa de David» (Le. 1,27).

San José, pues. procedía de la casa de David. Esta era la creencia general que de la casa y familia de David había de nacer el Mesías, y asi vemos que cuando Jesús preguntó un día a los fariseos: «¿De quién ha de ser hijo el Mesías?», todos contestaron: De David (Mt. 22,42), y lo confirman las aclamaciones de las gentes: «Hosanna el hijo de David (Mt. 21), y los gritos de los ciegos de Jericó: «Hijo de David, ten compasión de nosotros» (Mt. 20.30), etc…

Las genealogías que San Mateo (1,1-16) y San Lucas (2,23-38) nos presentan, así nos lo dan a entender; pero cada uno de estos evangelistas difieren en señalar el padre inmediato de San José.

Según San Mateo (cuya genealogía viene a ser la «partida de nacimiento» de Jesús y aparece en orden descendente), el padre de San José se llamaba Jacob, y según San Lucas (que nos presenta la genealogía en orden ascendente) era Helí. ¿Cómo explicar esta discrepancia?

La sentencia más común nos la explica por la ley del levirato (Dt. 25.5-10). Por esta ley, si uno moría sin hijos, su hermano debía casarse con la viuda, y el primogénito que de ella tuviera recibía el nombre y la herencia del difunto (padre legal), aunque en realidad fuese hijo de su hermano (padre natural).

Esta opinión fue expuesta primeramente por Sexto Julio Africano, siro palestinense. nacido sobre el año 170 de Cristo, y dice haberla recibido por tradición procedente de un pariente del Señor.

La sentencia, pues, hoy más común es que ambas genealogías se refieren a San José. La genealogía de San Mateo es la natural, y la de San Lucas es la legal,
porque Helí y Jacob eran hermanos de madre, y murió Helí sin hijos.

Jacob hubo, por la ley del levirato, de casarse con la viuda, de la que nació San José, que naturalmente era hijo de Jacob y legalmente de Helí, y así por ser Helí y Jacob hermanos de madre, suben las genealogías por ramas distintas hasta Juntarse definitivamente en David (Véase mi «Nuevo Testamento explicado»).

Como podemos apreciar solo sabemos que el padre de San José se llamaba Jacob, y no sabemos nada del nombre de la madre, porque las mujeres no entran en las genealogías bíblicas.

Según la Biblia y la tradición tanto San José como la Virgen fueron de la casa y familia de David, sin que podamos precisar su parentesco (San Jerónimo no duda en atribuir cierto parentesco a la Virgen con San José).

La finalidad de San Mateo es establecer la descendencia de Jesús desde Abraham y David. Jesús había sido concebido y engendrado por María en tanto en cuanto era de la Casa de David, y esto nos basta para que Jesús pueda llamarse hijo de David.

Notemos además que según la genealogía. San José era padre legal de Jesús, y Jesús el heredero legal del trono de David y de las promesas mesiánicas.

La voz de los sin voz XXVI

19 miércoles Jun 2013

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Salomé: Me ha sorprendido gratamente las manifestaciones de Monseñor Rogelio Livieres, denunciando el silencio sistemático de la existencia del infierno. El 6 de junio, el obispo de la Ciudad del Este (Paraguay), dijo: “Existe un tema que debe interpelarnos fuertemente, tanto a los consagrados como a los laicos, y es el silenciamiento sistemático de una verdad fundamental de nuestra fe: la existencia del infierno… No podemos separar la misericordia de Dios de su inexorable justicia, porque sería engañar al pueblo que nos ha sido confiado por Nuestro Señor… Hablar del infierno es un acto de amor hacia los hombres”.
Juan: Estoy de acuerdo. Hay varias verdades enseñadas por la Iglesia de las que apenas se habla y predican. Por ejemplo, la doctrina de la realeza social de Cristo, enseñada por Pio XI, en su encíclica Quas Primas: Todos los hombres están bajo la autoridad de Cristo, tanto considerados individualmente como colectivamente. “Cristo es la fuente del bien púbico y privado”, dice el Sumo Pontífice.
Pedro: Benedicto XVI dijo que “junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de todos nosotros, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social” (Caritas in veritate, 7). Un católico político que no defienda esta doctrina, en su lucha política, no es un político católico.
Sara: A mi me duele mucho que monjitas muy santas voten a partidos políticos abortistas, divorcistas, laicistas… por la estupidez del “mal menor”, y del convencimiento erróneo de muchos católicos que silencian o niegan los derechos de Jesucristo en la vida social.
Pablo: La verdad es que yo he oído y leído, muchas veces que el objetivo del político católico es conseguir en su patria el bien común. Más o menos siempre he tenido la idea de lo que es el bien común. Pero si me quedaba alguna duda, me la resolvió esta definición del Beato Juan XXIII: “El bien común es el conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedido y pleno de su propio perfección”.
María: Está claro, que si no son respetados los derechos de Dios, Creador y protector de los hombres y las mujeres, tampoco se respetarán los auténticos derechos humanos. El crimen abominable del aborto, no se puede explicar sin la acción directa del demonio.
Andrés:  Eso lo dijo perfectamente el beato Juan Pablo II el 16 de diciembre del 2000en una carta al Cardenal Antonio María Javerre Ortas: “No puede olvidarse que fue la negación de Dios y de sus mandamientos la que, el siglo pasado, creó la tiranía de los ídolos, expresada en la glorificación de una raza, de una clase, del Estado, de la nación, del partido, en lugar del Dios vivo y verdadero. Propiamente a la luz de las desventuras vertidas sobre el siglo XX puede comprenderse cómo los derechos de Dios y del hombre se afirman o caen juntos”. El ídolo que tiraniza a las naciones en nuestros días es la llamada democracia que, en realidad, es la ateocracia.
Magdalena: Me habéis contagiado. Yo también ofrezco a nuestros lectores las palabras que el beato Juan Pablo II dijo en Toledo el día 4 de noviembre de 1982: “El  Papa confía en los seglares españoles y espera grandes cosas de todos ellos para gloria de Dios y para la salvación de los hombres. Están llamados a crear de nuevo, desde la inmensa riqueza cultural de los pueblos de España, una auténtica cultura de la verdad y del bien, de la belleza y del progreso, que tienda a contribuir al diálogo fecundo entre ciencia y fe, cultura cristiana y civilización occidental”.
¡A combatir los nobles combates de la fe!

Magdalena, Presidenta

Corrupción y martirio

19 miércoles Jun 2013

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El Infierno

19 miércoles Jun 2013

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Después de las meditaciones de los pecados, san Ignacio presenta la meditación del infierno, que es un dogma de fe. Cristo habla frecuentemente del infierno. “Irán al suplicio eterno” (Mt. 25,46). En el Nuevo Testamento aparecen veintitrés veces el fuego del infierno: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mt 25,41). Es la pena de sentido que sufren los condenados, como castigo del uso pecaminoso de las cosas creadas; consiste en los tormentos causados externamente en el condenado por medios sensibles: “fuego”, “alaridos”,”crujir de dientes”. “¿En qué juicio cabe querer más arder con Lucifer que reinar con Cristo?” (San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia).
El Concilio de Letrán definió que: “Los condenados sufrirán con el diablo el suplicio eterno”. En el suplicio del infierno se sufren dos clases de penas: la pena de sentido, y la pena de daño. Este sufrimiento es el castigo merecido por el pecado mortal que es una desobediencia voluntaria y consciente a la Ley de Dios. Constituye la esencia del castigo del infierno, que consiste en verse privado de la visión beatica de Dios eternamente: “No os conozco” (Mt. 25,15).
“¿Castigo tremendo!” “¿Qué somos, Señor, para que nos améis hasta el punto de amenazarnos con el infierno si no os amamos?” (San Agustín)
los hombres y las mujeres de nuestros días se han formado la idea de un dios bonachón que lo perdona todo. Como han perdido la conciencia de pecado se han hecho un Dios a su gusto y medida. Ningún católico debe olvidar que Dios es infinitamente misericordioso e infinitamente justo.
San Enrique de Ossó nos da la clave para no ir al infierno: “Las puertas del infierno son los pecados, pues por ellas se precipitan los hombres a él, y quienes abren esas puertas del infierno son las ocasiones de pecar, las malas compañías, malos ejemplos, malas lecturas, escándalos…. No te fies de la virtud pasada, ni de los buenos propósitos presentes. Solo en la huida de las ocasiones está el verdadero remedio para no caer en pecado”.

P. Manuel Martínez Cano, mCR

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"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

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Van al Cielo los que mueren en gracia de Dios; van al infierno los que mueren en pecado mortal

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"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

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