3 -Los Papas han ponderado la democracia y, por tanto, se debe aceptar y seguir como la forma política más acorde con la doctrina católica.
Los Papas no han utilizado la palabra democracia hasta los tiempos modernos. Por ejemplo, la llamada «democracia cristiana» no aparece hasta 1893, en que brotó de la boca de Verhaegen, en el II Congreso de la Liga democrática belga de 1893. Fue León XIII, en la encíclica «Graves de communi», de 18 de enero de 1901, quien se hace suya la democracia cristiana, exclusivamente acogida en este sentido: «Aparte de algunas particulares opiniones sobre la naturaleza y eficacia de esta democracia cristiana, en las cuales hay exageración o error, nadie habrá que censure esa acción que sólo aspira, según la ley natural y divina, a ayudar a los que viven del trabajo de sus manos, a hacerles menos penoso su estado y proporcionarles medios para atender a sus necesidades; a que, fuera como dentro de sus hogares, cumplan libremente los deberes de las virtudes y de la religión; a que se persuadan de que no son animales, sino hombres; cristianos, no paganos; y de esta manera se dirijan al último bien; para el que todos nacimos. Esto es, en verdad, el fin, ésta es la empresa de los que entrañablemente quieran aliviar a la plebe cristiana y preservarla incólume de la peste del socialismo.» En León XIII la democracia cristiana se sintetiza en una acción benéfica y de ayuda social. No tiene sentido político la democracia cristiana, en el magisterio de León XIII.

4 -¿ Qué otras enseñanzas han dado los Papas sobre la democracia, concretamente la democracia cristiana?
Hay un documento decisivo, cardinal, luminoso, actualísimo: la encíclica «Notre charge apostolique», de San Pío X. Es una condenación total del movimiento titulado «Le Sillon», que se basaba en la democracia social. Pío X -el único Papa canonizado hasta ahora de los que han regido la Iglesia en el siglo XX- nos dice: «No tenemos necesidad de demostrar que el advenimiento de la democracia universal no tiene nada que ver con la acción de la Iglesia en el mundo; ya hemos recordado que la Iglesia ha dejado siempre a los pueblos el cuidado de darse el gobierno que consideren más conveniente a sus intereses. Lo que una vez más queremos afirmar, de acuerdo con nuestro Predecesor, es que hay error y peligro en atar sistemáticamente el catolicismo a una forma de gobierno; error y peligro que son más graves cuando se cifra la religión en un género de democracia cuyas doctrinas son erróneas.» (28). En la misma encíclica se pone de manifiesto la falsedad de la democracia cristiana pretendiendo aunar la vida católica con postulados políticos liberales, progresistas y promarxistas, en nuestros días. Estos pretenden que en la actividad política hay que convocar a hombres y tendencias de todos los colores, identificados con algunas metas sociales. Frente a este confusionismo típicamente demócrata cristiano, San Pío X dice: «Más extrañas todavía, espantosas y aflictivas a la vez, son la audacia y levedad de hombres que, llamándose católicos, imaginan refundir a la sociedad en las condiciones dichas y establecer sobre la tierra, cima de la Iglesia católica, el reinado de la justicia y del amor, con obreros venidos de todas partes, de todas las religiones o faltos de religión, con creencias o sin ellas, a condición de que olviden lo que los divide, es a saber, sus convicciones religiosas y filosóficas, y de que pongan en común lo que los une, esto es, un generoso idealismo y fuerzas morales tomadas en donde puedan. Cuando se piensa en todo lo que ha sido necesario de fuerzas, de ciencia, de cristianos sobrenaturales para establecer la ciudad cristiana, cuales son los padecimientos de millones de mártires, las luces de los Padres y Doctores de la Iglesia, la abnegación de todos los héroes de la caridad, una poderosa jerarquía nacida en el cielo, torrentes de gracia divina y todo ello edificado, unido, compenetrado por la Vida y el Espíritu de Jesucristo, la Sabiduría de Dios, el Verbo hecho hombre; cuando se piensa, decimos, en todo esto, asusta ver a los nuevos apóstoles obstinados en hacer cosa mejor con un vago idealismo y las virtudes cívicas. ¿Qué es lo que va a salir de esa colaboración? Una construcción puramente verbalista y quimérica, donde espejearán, revueltas y en confusión seductora, las palabras de libertad, justicia, fraternidad y amor, de igualdad y exaltación del hombre, todo ello fundado en una dignidad humana mal entendida; una agitación tumultuosa, estéril para el fin propuesto, provechosa para los agitadores de masas menos utopistas. Verdaderamente se puede afirmar que Le Sillon, al poner los ojos en una quimera, hace escolta al socialismo.» (34). Añadamos que esta encíclica permanece con todo su vigor doctrinal y que jamás ha sido levantada la proscripción de esas teorías democráticas, aunque Marc Sangnier, cabeza visible de Le Sillon se sometió a la Santa Sede. Pero los errores de la democracia cristiana han descristianizado a muchas naciones católicas y han favorecido el avance del marxismo.