La abuela del Sumo Pontífice Francisco solía decir que “el sudario no tiene bolsillos”. Sí. No nos llevaremos nada material a la vida eterna. Y todos vamos a morir: “Por cuanto a los hombres les está establecido morir una vez, y después el juicio” (Hebr. 9,27). La muerte es inevitable, única y cierta. El que niega la muerte s porque está loco. Y moriremos pronto: los viejos, los jóvenes y los niños. Yo he enterrado a varios alumnos. Mirando hacia el futuro, nos parece que la muerte está lejos: mirando hacia atrás, vemos que los años pasan rápidamente. Nos dice el Señor: “Estad, pues, prontos, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12,40). Y san Pablo les dice a los corintios: “Digoos, pues, hermanos que el tiempo es corto… pasa la apariencia de este mundo” (1 Cor7, 29-31).

Nada trajimos a este mundo, nada nos llevaremos. Seremos despojados de todo: familiares, amigos, riquezas, honores, placeres… ¡todo! Con la muerte salimos de esta vida y entramos en la vida eterna; el cuerpo se descompone en el sepulcro y el alma se presenta ante el Altísimo para ser juzgada: eternidad feliz o eternidad desdichada. Deberíamos vivir desasidos de todo, debemos vivir como quien sabe que va a morir, haciendo siempre y en todo la voluntad de Dios, cumpliendo sus mandamientos: “Estamos inciertos de cuándo hemos de morir para que estemos siempre preparados para morir” (San Gregorio). Jesús nos recuerda: “Dichosos aquellos siervos a quines el Señor, cuando llegue, los hallare vigilantes” (Luc. 12,27). En el versículo 16 había dicho: “Necio: esta noche morirás”.
No sabemos donde vamos a morir y tampoco como vamos a morir. Lo importante es morir en gracia de Dios. Por tanto, hemos de vivir permanentemente en gracia santificante. San Pablo advierte a los Gálatas: “Quien sembrare en la carne, de la carne cosechará la corrupción; pero quien siembre en el espíritu cosechará la vida eterna” (6,8). San Jerónimo dijo poco antes de morir: “Afirmo porque me lo ha enseñado larga experiencia, que de cien mil que han vivido constantemente mal, apenas hay alguno que merezca obtener a última hora misericordia de Dios”. Los justos mueren en paz y con los sacramentos. San Agustín nos dice: “No tardes en convertirte, que súbitamente vendrá la ira del Señor. Temes morir mal y no temes vivir mal. Deja de vivir mal y no temas morir mal. Vivamos como queremos morir”.
La muerte es la gran derrota de la vida. Nos enseña la vanidad de las cosas de este mundo, que tanto nos atraen y nos arrastran al pecado. La belleza corporal se convierte en polvo y ceniza; nadie puede distinguir el cadáver de un necio del de un sabio; los honores se disipan como el humo; ¿riquezas? El sudario, la mortaja no tiene bolsillos; amigos ¡qué pronto se olvidan a los muertos! Es una locura vivir mundanamente, frívolamente: “Bienaventurado quien tiene siempre ante sus ojos la hora de la muerte y diariamente se dispone a morir” (Imitación de Cristo).
San Ignacio de Loyola: “Desde muy temprano en su vida espiritual empezó a sentir, pensando en la muerte, mucha alegría y tenía consolación espiritual, que se desitia todo en lágrimas, y esto vino a ser tan continuo que muchas veces dejaba consolación”. Y es que san Ignacio, como todos los santos, tenía tierna devoción a la Virgen santísima y en el Ave María, le pedimos constantemente a nuestra Madre del Cielo: “Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. Como san josé, patrono de la buena muerte, porque murió en los brazos de Jesús y su esposa María, nosotros también moriremos con la muerte de los justos.
Para vivir en paz y morir contentos nos irá muy bien meditar estas frases de santos y santas: Santa Teresa de Jesús. “La muerte, a quien yo siempre temía mucho, ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a Dios”.
San Juan de la Cruz: “Al final de la jornada quien se salva, sabe y el que no no sabe nada. Al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor”.
Santa Margarita María de Alacoque: ¡Cuán dulce es morir después de haber tenido en vida verdadera devoción al Corazón que nos ha de juzgar”.
San Juan de Ávila: “Entre cristianos, el morir no es sino dormir, hasta el día del despertar a tomar nuestros cuerpos para reinar con Cristo en cuerpo y alma. La muerte es el espejo en el cual se ven las cosas claras y del tamaño que son”.
Santa Teresita del Niño Jesús: “Yo no muero, entro en la vida”.
San José Mª Escrivá de Balaguer: “Si eres apóstol, la muerte será para ti una buena amiga que te facilita el camino. A los “otros”, la muerte les pasa y sobrecoge. A nosotros, la muerte- la Vida- nos anima y nos impulsa. Para ellos es el fin: para nosotros, el principio”.
Santa María Micaela: “¡Qué consuelo siente mi alma al pensar en la muerte! ¡Veré a Dios cuando muera!”
San Enrique de Ossó: “La muerte acaba con todos los dolores y miserias y pecados… y abre la puerta de la vida, de la paz y felicidad eternas”.
Beata Isabel de la Trinidad: “¡Qué suave y dulce es la muerte para las almas que le han amado sólo a Él”.
San Pablo: “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Fp 1,21). “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él” (2 Tim 2,11).