Pedro: Pido perdón por despistarme la semana pasada. Me hubiera gustado añadir a nuestra tertulia que para que una democracia pueda considerarse sana, como enseñó Pio XII, todas sus leyes deben estar subordinadas a la moral, impregnadas de la ley natural y la ley divina.

Sara: Pues ya que lo has citado, Pio XII dijo que no existe un derecho ilimitado de la propiedad privada. Su uso y administración tiene que estar subordinada al bien común. Lo que no debe de patente de corso para que los Estados exijan impuestos injustos que no recalan en el bien de los ciudadanos, sino en organizaciones políticas y parapolíticas.
Juan: Lo hemos oído y leído muchas veces: la globalización actual reclama una autoridad mundial. Se puede o no estar de acuerdo con esta idea. Lo que es evidente es que esa autoridad mundial no puede ser las Naciones Unidas pues esta institución no respeta el principio de subsidiaridad, fundamental para el bien común, ni la ley natural.
Salomé: Estamos muy lejos del ideal católico de que el bien común temporal debe necesariamente prepara a los ciudadanos la obtención del bien terno, la eterna felicidad del Cielo. Para ello es necesario que políticos y ciudadanos trabajen incansablemente por establecer en las naciones el Reinado Social de nuestro Señor Jesucristo.
José: La teoría está clarísima: el bien común debe estar sólidamente fundado en el derecho divino y en el derecho natural. Pero hace ya muchos años que mi tocayo, monseñor José Guerra Campos, se quejaba de que estas verdades de la doctrina social y política de la Iglesia no se enseñaban ni predicaban.
Judit: Esta semana he anotado un párrafo que resume muy bien lo que debe ser un Estado católico que debe proteger el orden y la justicia: “la sociedad – al buscar el bien común temporal – deberá empeñarse en una buena administración con la debida prudencia de todos los recursos de la sociedad, en particular de la educación, la salud, la seguridad social y la economía, para asegurar a los miembros de la sociedad los bienes espirituales, culturales y materiales que les corresponden como personas creadas a imagen y semejanza de Dios” (Ignacio Barreiro Carámbula).
Mateo: Reconozco que cuando oía a Juan Valles de Goytisolo, maestro de intelectuales católicos, algunas cosas no las entendía por mi poca inteligencia. Pero sí entendí estas palabras suyas: “el bien común es el bien de todo el pueblo visto transtemporalmente en su sucesión de generaciones”. Para ciertos partidos políticos el bien común es el forrarse los bolsillos a costa de los impuestos del pueblo.
María: Me ha saltado la chispa al oír partidos políticos. Hace años que tengo el sólido convencimiento de que el fin principal de estos partidos es acabar con los restos de la
civilización cristiana, donde la fe y la moral de Cristo penetraron en la cultura y en las costumbres de los pueblos; y en las instituciones políticas y sociales de las naciones.
Santiago: La obra civilizadora de la Iglesia es inmensa porque el evangelio perfecciona la naturaleza humana. La historia nos enseña que la evangelización produce necesariamente la civilización de los pueblos. No hay civilización humana si no es cristiana. La incivilización salvaje de nuestros tiempos llega a cometer, por millones, el crimen abominable del aborto.

Magdalena Presidenta