El prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Iglesia Joseph Ratzinger, hoy Papa emérito, afirmó en noviembre de 2004 que la laicidad justa es la que admite la libertad de religión. El Estado no impone una religión sino que deja espacio libre a las religiones con una responsabilidad hacia la sociedad civil, y por tanto, permite a estas religiones que sean factores en la construcción de la vida social.

Es un santo deseo, que la realidad social desmiente, día a día. La religión católica es perseguida en muchos lugares de este mundo. El beato Juan Pablo II calificó al siglo XX como “el siglo de los mártires”.

Un pastor protestante de Suecia-prototipo de democracia laica, ha pasado un mes en la cárcel porque predicó, basándose en la Sagrada Escritura, sobre la homosexualidad. El laicismo democrático o totalitario es la institución de la ley del más fuerte, la ley de la selva.
La inmensa mayoría de los bautizados desconoce la doctrina social y política de la Iglesia. Hay que volver a leer, releer y estudiar los documentos sociales y políticos de los Sumos Pontífices.
Debemos conocer nuestras obligaciones para con Dios y con el prójimo; también debemos conocer nuestras obligaciones para con la sociedad y con nuestra patria.
El vicario de Cristo dice: “incurriría en grave error el que negase a la humanidad de Cristo el poder real sobre todas y cada una de las realidades sociales y políticas del hombre, ya que Cristo como hombre ha recibido de su Padre un derecho absoluto sobre toda la creación, de tal manera que toda ella está sometida a su voluntad.” La autoridad de Cristo abarca a todos los hombres y a todas las naciones. Cristo debe reinar en los corazones de los hombres, en las familias, en las naciones, en el mundo entero.
León XIII afirma: “El poder de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que, por haber recibido el bautismo, pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga esclavizados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de tal manera que bajo la potestad de Jesús se haya todo el género humano”. Por tanto: “no nieguen, pues, los gobernantes de los Estados el culto debido de veneración y obediencia al poder de Cristo, tanto personalmente como públicamente, si quieren conservar incólume su autoridad y mantener la felicidad y grandeza de sus Patrias”. (Quas Primas, 8)
El concilio vaticano II confirma la doctrina de los Sumos Pontífices: “Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente el orden temporal y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo. Toca a los Pastores el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las realidades temporales. Es preciso, sin embargo, que los seglares acepten como obligación propia el instaurar el orden temporal y actuar directamente y de forma concreta en dicho orden, dirigidos por la luz del Evangelio y la mente de la Iglesia”. (Apostolicam Actuositatem, nº7)

P. Manuel Martínez Cano, M.C.R.