Parte Segunda
DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Motivos de esta perfecta consagración
141. He aquí algunos textos de Padres que he escogido para probar lo que acabo de decir:
Dos son los hijos de María: el hombre Dios y el puro hombre; María es madre corporal del uno, espiritual del otro (San Buenaventura y Orígenes).
Esta es la voluntad de Dios, que nos quiso tener enteramente por María; y así cualquier esperanza, cualquier gracia, cualquier salvación, sabemos que dimana de Ella (San Bernardo).
Todos los dones, virtudes y gracias del Espíritu Santo, cuántos quiere, cuándo quiere y cómo quiere, según su voluntad, son administrados por sus manos (San Bernardino).
Porque eras indigno de que se te diese, se dio a María, para que por Ella recibieses todo lo que tuvieses (San Bernardo).
142. Viendo Dios que somos indignos de recibir sus gracias inmediatamente de su mano, dice San Bernardo, las da a María para que nosotros adquiramos por Ella todo lo que quiere darnos, y cifra también su gloria en recibir de manos de María el reconocimiento, el respeto y el amor de que le somos deudores por sus beneficios.
Es, pues, muy justo que imitemos esta conducta de Dios, para que, como dice el mismo San Bernardo, la gracia retorne a su Autor por el mismo canal que nos la ha transmitido. Esto es lo que nuestra devoción verifica: se ofrece y se consagra todo lo que uno es y todo lo que posee a la Santísima Virgen, a fin de que Nuestro Señor reciba por su mediación la gloria y el reconocimiento que se le debe; reconociéndose indigno e incapaz de acercarse el cristiano a la Majestad infinita por sí mismo, se vale para ello de la intercesión de la Santísima Virgen.
143. Además, es esta práctica de grandísima humildad, virtud que Dios ama sobre todas las demás virtudes. Un alma que se ensalza, rebaja a Dios; un alma que se humilla, ensalza a Dios. Dios resiste a los soberbios y da sus gracias a los humildes; si os abajáis creyéndoos indignos de aparecer ante Dios y de acercaros a El, El desciende y se abaja para venir a vos, para complacerse en vos, y para elevaros a pesar vuestro; al contrario, cuando se acerca uno atrevidamente a Dios, sin mediador alguno, Dios se aleja y no es posible alcanzarle. iOh, cuánto ama la humildad su corazón! A esta humildad empeña esta práctica de devoción, puesto que nos enseña a no acercarnos jamás por nosotros mismos a Nuestro Señor, por más dulce y misericordioso que sea, sirviéndonos siempre de la intercesion de la Santísima Virgen, ya sea para comparecer ante Dios, para hablarle, para acercarse a El, ya sea para ofrecerle alguna cosa o para unirse y consagrarse a El.
144. Tercer motivo. La Santísima Virgen, que es Madre de dulzura y de misericordia, y que en amor, y liberalidad no se deja nunca vencer por nadie, al ver que se da uno enteramente a Ella para honrarla y servirla, despojándose de todo lo que hay de más caro en la tierra, se da también toda entera y de una manera inefable a quien le hace entrega de todo: le hace anegarse en el abismo de sus gracias, lo adorna con sus méritos, lo apoya con su poder, lo esclarece con su luz, lo rodea con su amor, le comunica sus virtudes, su humildad, su fe, su pureza, etc.; se hace su fiadora, su intercesora y todo para con Jesús. En fin, como tal persona está consagrada a María, también María se consagra toda a ella; de manera que se puede decir de tal perfecto servidor e hijo de María, lo que San Juan Evangelista dice de sí mismo, que había tomado a la Santísima Virgen en lugar de todos los bienes (Jn. 19,27).
145. Esto es lo que produce en su alma, si se conserva fiel: un profundo menosprecio, una gran desconfianza y detestación de sí mismo, y una plena confianza y un perfecto abandono en la Santísima Virgen, su Señora. No pone, como antes, su apoyo en sus disposiciones, intenciones, méritos y buenas obras, porque habiéndose sacrificado enteramente a Jesucristo por esta buena Madre, no posee más que un tesoro en el cual ha cifrado todos sus bienes sin haberse reservado cosa alguna, y este tesoro es María. Lo cual es lo que le anima a aproximarse a Nuestro Señor sin temor servil ni escrupuloso, y a rogarle con mucha más confianza.
Lo que le hace entrar en los sentimientos del devoto y sabio abad Ruperto, que haciendo alusión a la victoria que Jacob alcanzó sobre un ángel, dirige a la Santísima Virgen estas palabras: ¡Oh María, mi Princesa y Madre inmaculada de un Dios-Hombre, Jesucristo: yo deseo luchar con este Hombre, a saber, con el Verbo Divino, no armado con mis propios méritos, sino con los vuestros (Rup., Prolog. in Cantic.). ¡Oh, cuán poderoso y fuerte es uno para con Jesucristo cuando está armado con los méritos y la intercesión de una digna Madre de Dios, que, como dice San Agustín, ha vencido amorosamente al Todopoderoso!
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