Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos diarios: 17 julio, 2013

Página para Meditar: Tiempos Recios

17 miércoles Jul 2013

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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Tiempos recios son estos tiempos apocalípticos, tiempos de lucha final, tiempos de santos. Oid la voz de santa Teresa que os llama: «Ya no durmáis ya no durmáis, pues no hay paz en la tierra». Sí, para los que militan bajo el estandarte de la Cruz, no hay posible paz con los enemigos de Cristo Rey. Nosotros gritamos: «Queremos que El reine sobre nosotros. Queremos que Jesucristo sea nuestro Rey». Y la impiedad grita el alarido satánico: «No queremos que ese reine sobre nosotros». No puede haber paz en la tierra entre la luz y las tinieblas, entre los hijos de la Inmaculada y la estirpe de la serpiente.

Si San Ignacio, al comienzo de la gran revolución anticristiana, que empieza a levantar cabeza con el protestantismo, escribía: «Mirad dónde sea honrada la infinita Majestad de Dios, mirad dónde acatada su grandeza inmensa donde obedecida su santísima Voluntad. Antes ved con mucho dolor, cómo es menospreciado, ignorado, blasfemado su Santo nombre; la doctrina de Jesucristo desechada, su ejemplo olvidado el precio de su sangre en cierto modo perdido de nuestra parte, mirad nuestros prójimos con una imagen de la Santísima Trinidad, miembros de Jesucristo redimidos con sangre suya, en tanta miseria de profundas tinieblas de ignorancia y de tanta tempestad de deseos y pasiones, con riesgo de caer en la intolerable miseria del fuego eterno…» qué escribiría hoy al contemplar un mundo satanizado, descristianizado, con una Santa Madre la Iglesia, traicionada desde el mismo santuario, rota su túnica, vendida por treinta monedas en la subasta del mundo su doctrina de salvación.

Qué escribiría hoy Sta. Teresa y San Ignacio al ver su Patria, la que santificó María con su venida, la consagrada a Ella por el cielo de su Inmaculada Concepción, profanada con leyes anticristianas, corrompida tanta juventud, violados los sagrados juramentos que nos constituyeron la nación cristiana… Jóvenes de nuestra Asociación: No hay paz en el mundo con el demonio y la carne: Sed santos, en el santuario, de vuestras casas, de vuestro corazón, de vuestra vida de oración y esperanza. Cuando leáis estas líneas, Paquita Casas ya habrá ingresado en el Monasterio de San José de Cuenca para seguir a Jesucristo de cerca como Carmelita Descalza .Dichosa ella. Con la misma decisión sigamos a Jesús en estos tiempos.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 45, diciembre de 1980

 

 

 

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Ver a Dios en la Tierra y en el Cielo

17 miércoles Jul 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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Santo Tomás de Aquino, de muy niño, preguntaba a sus maestros “¿quién es Dios?”. El santo dedicó toda su vida al estudio y a la oración para saber quién es Dios. Escribió muchos libros, fue el príncipe de los Teólogos católicos y recibió el sobrenombre de “doctor angélico”. Es el único Teólogo avalado y recomendado por el Concilio Vaticano II. En su vida hay un acontecimiento misterioso. Un día, le sorprendió su secretario rompiendo todo lo que había escrito. Al preguntarle por que lo hacía el santo respondió “todo lo que he escrito es paja comparado con la realidad”. Había tenido una revelación sobrenatural. Probablemente vio a la Santísima Trinidad. Su interrogante de niño quedó desvelado. Vio a Dios y ante Dios es paja.

Mi profesor de filosofía, el P. Juan Roig Gironella S.I., decía que la felicidad perfecta del hombre está sólo en la contemplación de la Verdad, en la contemplación de Dios, nuestro supremo bien. Felicidad reservada para cuando estemos en el Cielo, porque en la tierra sólo podemos ser felices transitoriamente. Los santos que han contemplado algún destello del Misterio divino caen en éxtasis, salen de sí mismos. Sólo con el don sobrenatural del “lumen gloriae” veremos a Dios cara a cara en su Reino eterno.

Santa Teresa de Jesús y su hermano Rodrigo entendieron de muy niños que los mártires van directamente al Cielo para contemplar el rostro de Dios. Un día se escaparon de casa para ir a tierra de moros con la ilusión de que los “descabezasen” para irse al Cielo directamente. Salieron a buscarlos; su tío los sorprendió en su fuga. Al preguntarle por qué lo habían hecho, la santita contestó “quiero ver a Dios”; y a sus padres les dijo: “he marchado porque quiero ver a Dios y para lograrlo es preciso morir”.

Santa Teresa vio a Dios en la tierra. Cristo se le apareció varias veces. Y experimentó la presencia de Dios en lo más profundo de su alma; experiencia real como la han tenido otros místicos. No son meras ilusiones, son realidades sobrenaturales que hacen recordar una verdad tan sencilla, que aprendimos de niños, y es que Dios está en todas partes. Hasta “entre los pucheros” como decía la doctora de la Iglesia.

Dios se comunica directamente al alma y el alma cristiana se pone en contacto con Dios, quien infunde directamente una vida superior para que la persona humana realice operaciones sobrenaturales. La vida sobrenatural es el camino hacia Dios, un progreso en la intimidad divina hasta llegar al encuentro con Dios. Santa Teresa lo explica perfectamente en las Moradas o Castillo interior. Por cierto, que no se necesita ser doctora de la Iglesia, ni “doctor angélico” para alcanzar y vivir esa íntima unión con Dios. San Alfonso Rodríguez fue profesor de un colegio y santa Bernardita una niña analfabeta.

“¡Dios me crió, luego soy de Dios; me crió todo, luego todo soy de Dios! (San Agustín). Sí Señor, con el santo te digo: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Hemos sido creados por Dios. En la tierra conocido, servido y amado; en el Cielo visto, poseído y gozado. Y siempre en compañía de María santísima. Dios quiere que todos los hombres se salven. Y Cristo murió por la salvación de todos. Pero no olvidemos estas palabras de Cristo: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt. 20,16). No lo olvidemos; sólo hay dos caminos: el que lleva al Cielo y el que termina en el infierno.

Hagamos caso a nuestro Señor Jesucristo: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición. Y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella”. (Mt. 7, 13-14).

¡Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador!.

 

P. Manuel Martínez Cano mCR

 

La Voz de los Sin Voz XXX

17 miércoles Jul 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Pablo: La impiedad se ha institucionalizado. La impiedad y el salvajismo humano. Las leyes democráticas del aborto, divorcio etc. Han institucionalizado el mal moral. Estamos en las antípodas de la Europa cristiana, con su profesión de fe en la vida pública y sus leyes positivas fundamentadas en la ley divino natural.

Magdalena: No se puede dejar la ley de Dios en vano. Ni la concordia en las relaciones de la Iglesia y el poder político. La violencia y malestar social hunde sus raíces en la conciencia deformada por las ideologías imperantes; sólo la Iglesia tiene los medios espirituales necesarios para formar la conciencia sobre bases humanas y sobrenaturales.

Juan: Una sociedad sólidamente asentada, debe tener en cuenta a los cuerpos intermedios que la configura: familia, municipio, empresa, universidad etc. Financiar sus actividades sociales sanas con los impuestos justos de todos los contribuyentes.

Judit: La restauración de todas las cosas en Cristo, como enseña el Magisterio de la Iglesia, implica no sólo la restauración dentro de la Iglesia, pueblo de Dios, sino también la restauración de todas las cosas humanas y sociales.

Andrés: La Iglesia, al evangelizar a los pueblos, los civiliza. La acción misionera de España en América del sur y otras partes de la tierra es sencillamente extraordinaria. “Una obra sin par”, decía el beato Juan Pablo II.

María: Es verdad que todas las culturas históricas conocieron su declive y extinción. Han sido obras de los hombres. Pero la civilización cristiana, que sufre una gran decadencia, volverá a restaurar su antiguo esplendor, porque es obra de Dios. Para ellos es necesario el coraje y valentía de la jerarquía eclesiástica y de los seglares.

Mateo: Sí, es necesario el enfrentamiento cara a cara con los hijos de las tinieblas y vencerlos hasta conseguir la conversión de sus corazones. Así conseguiremos el establecimiento universal del Reinado Social de nuestro Señor Jesucristo.

Sara: Su santidad Francisco ha hablado muchas veces del demonio y su influencia en las almas y en la sociedad. Lo último que le he leído, es lo siguiente: “El demonio lanza todos los días en nuestros corazones la semilla del pesimismo y la amargura… Abrámonos entonces al soplo del Espíritu Santo que no deja de esparcir semillas de esperanza y confianza” ¡quién como Dios!

José: Indiscutiblemente, debemos combatir los nobles combates de la fe. Job dice que “la vida del hombre sobre la tierra es milicia”. Una lucha constante contra Satanás y sus secuaces. San Pío X dice: “ Dada la guerra continua de la carne contra el espíritu, de las tinieblas contra la luz, de Satanás contra Dios… a las pacíficas conquistas de la Iglesia se van haciendo continuos ataques, tanto más dolorosos y funestos cuánto más propende la humana sociedad a regirse por principios adversos al concepto cristiano, y, aún más, a apostar totalmente de Dios” ¡Nada sin Dios!

 Magdalena Presidenta

 

El Juicio Particular

17 miércoles Jul 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular, en el que la sentencia divina decide el estado eterno de los que mueren. Jesucristo dice al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Luc 23,43). “Y por cuanto a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio” (Hebr, 9,27). “Cada uno dará a Dios cuenta de sí” (Rom. 14,12). “Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho por el cuerpo, bueno o malo” (2 Cor 5,10).

¿Qué sentirá nuestra alma al presentarse ante Cristo en la hora de la muerte? La misericordia del Señor es infinita, es nuestro padre, hermano y amigo, pero el día de nuestra muerte solo será juez. La Divina Misericordia le dijo a santa Faustina Kowaska: “Antes de venir como juez, abro de par en par la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de mi justicia… Escribe: Soy santo, tres veces santo y siempre aversión por el menor pecado. No puedo amar al alma manchada por el pecado, pero cuando se arrepiente, entonces Mi generosidad para ella no conoce límites. Mi misericordia la abraza y justifica”. La Imitación de Cristo nos advierte: “Teme los juicios de Dios; te cause espanto la ira del Todopoderoso; no cuestione las obras del Altísimo; examina más bien tus maldades, en cuanto pecaste y cuan numerosas buenas obras descuidaste” (L. 3,21).

Es terrible caer en las manos de un Dios ofendido ¿Qué será de mí en aquel momento? ¿A quién rogaré para que me defienda? ¿A la Virgen Santísima? ¡Sí! Ella me defenderá de las acusaciones de Satanás, si desde ahora mismo soy fidelísimo hijo suyo, porque en aquel momento de la entrada en la eternidad no habrá tiempo. Jesús nos recuerda: “Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres habrán de dar cuenta el día del juicio”. Sí: “el Señor sacará a plena luz lo que está en los escondrijos de las tinieblas” (1 Cor 4,5).

Tendremos que dar cuenta de los bienes recibidos. San Gregorio nos recuerda que: “Cuando se multiplican los dones recibidos crece también la obligación de dar cuenta de ellos”. Daremos cuenta del mal que hemos hecho de pensamiento, palabra y obra contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos. La parábola de los talentos (Mt. 25,14). Nos recuerda que daremos cuenta del bien que dejemos de hacer. Y también daremos cuenta del bien que hacemos imperfectamente: santa Misa, oraciones, comuniones, apostolado. ¿Qué podrás alegar que te sirva de excusa? Hagamos propósitos firmes de hacer siempre y en todo la voluntad de Dios. “Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos condenados” (1 Cor 11,31). Virgen Santísima, Madre mía intercede por mi ante tu divino Hijo.

Vivamos el momento presente en la presencia de Dios, porque vamos a ser juzgados por su infinita justicia: “¡Oh poderoso Dios mío! Pues aunque no queramos, nos habéis de juzgar, ¿por qué no miramos lo que importa teneros contentos para aquella hora?” “¿Qué será aquel día cuando nos vengáis a juzgar?” (Santa Teresa de Jesús). “Temamos, Padres, temamos; que Juez tenemos a quien dar cuenta, y cuenta más estrecha que la gente del pueblo, la cual como ha recibido menos, dará menor cuenta; más a nosotros se endereza de lleno aquella terrible y verdadera palabra, que dijo el Señor: “A quien mucho es dado, mucho le será pedido” (Luc 12,48) (San Juan de Ávila).

San José María Escribá de Balaguer nos recuerda: “Ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”, rezamos en el Credo. Ojalá no me pierdas de vista ese juicio y esa justicia… a ese Juez “¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar”. “Hay mucha propensión en las almas mundanas a recordar la Misericordia del Señor. Y así se animarán a seguir adelante en sus desvaríos”.

Nuestro juez es sapientísimo. Lo sabe todo, no lo podemos engañar. Es rectísimo, en aquel día pasó ya el tiempo de la Misericordia Divina. El Santísimo aborrece infinitamente el pecado y tiene poder infinito para castigarlo. El juicio será rigurosísimo: pensamientos, palabras, obras, omisiones, vanidades… todo será pesado en la balanza divina. Unos oirán: Ven bendito de mi Padre; y otros: vete, maldito. Sentencia irrevocable. Medítalo bien, sin prisas.

María, Madre de misericordia, sé mi abogada y defensora; san José protector de los moribundos, alcánzame una santa muerte; ángel de mi guarda no me dejes sólo ni de noche ni de día. ¡Jesús mío y Dios mío, antes morir que pecar!

Vida de San José V: Santidad de San José

17 miércoles Jul 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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El nombre de José en hebreo significa «acrecentamiento», el que «va en aumento», de virtud en virtud, y no cabe duda que fue excelsa su santidad.

1) Por la convivencia con la Virgen María. No hay lugar a duda que el ambiente religioso en que uno vive, el trato con personas santas y ejemplares nos hace más santos. «Y siendo María, conforme dice San Bernardino de Sena, la dispensadora de las gracias que Dios concede a los hombres, ¿con cuanta profusión no es de creer enriqueciese de ellas a su esposo San José, a quien tanto amaba, y del que era respectivamente amada?».

Santo Tomás de Villanueva hablando de María dice que era de tal manera Virgen, que hacía vírgenes a cuantos la contemplaban. San Jerónimo es del parecer que San José permaneció siempre virgen, debido a la compañía de su virginal Esposa; y así apostrofando al hereje Elvidio, que negaba la virginidad de María, argumenta de esta manera: «Tu dices que María no permaneció siempre virgen; yo digo que San José conservó la virginidad por la Virgen María».

2)  Por la convivencia con Jesús. Si el roce de la túnica de Jesús curaba a los enfermos, saliendo virtud de El… ¡cuánta no sería la virtud de San José y la santidad recibida de Jesús, al que llevaba en sus brazos!…

San Alfonso María de Ligorio lo dice así: «¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos? Si los dos discípulos que iban al castillo de Emaús se sintieron inflamados en el divino amor en los cortos momentos que estuvieron en compañía del Salvador y escucharon sus palabras, por manera que se dijeron después uno a otro: «¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?» (Le. 24,32), ¿qué llamas de acendrada caridad no debemos suponer encendidas en el pecho de José por las conversaciones que durante treinta años consecutivos tuvo con Jesucristo, escuchando sus palabras de vida eterna, observando sus ejemplos de perfecta humildad, de paciencia y de obediencia, viéndole dispuesto para ayudarle en sus laboriosas fatigas y servicial en todos los domésticos quehaceres? ¿Qué incendio de amor divino no debían levantar estas antorchas de caridad en el corazón de José, purificado como estaba de todo afecto terreno?

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