Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular, en el que la sentencia divina decide el estado eterno de los que mueren. Jesucristo dice al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Luc 23,43). “Y por cuanto a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio” (Hebr, 9,27). “Cada uno dará a Dios cuenta de sí” (Rom. 14,12). “Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho por el cuerpo, bueno o malo” (2 Cor 5,10).
¿Qué sentirá nuestra alma al presentarse ante Cristo en la hora de la muerte? La misericordia del Señor es infinita, es nuestro padre, hermano y amigo, pero el día de nuestra muerte solo será juez. La Divina Misericordia le dijo a santa Faustina Kowaska: “Antes de venir como juez, abro de par en par la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de mi justicia… Escribe: Soy santo, tres veces santo y siempre aversión por el menor pecado. No puedo amar al alma manchada por el pecado, pero cuando se arrepiente, entonces Mi generosidad para ella no conoce límites. Mi misericordia la abraza y justifica”. La Imitación de Cristo nos advierte: “Teme los juicios de Dios; te cause espanto la ira del Todopoderoso; no cuestione las obras del Altísimo; examina más bien tus maldades, en cuanto pecaste y cuan numerosas buenas obras descuidaste” (L. 3,21).
Es terrible caer en las manos de un Dios ofendido ¿Qué será de mí en aquel momento? ¿A quién rogaré para que me defienda? ¿A la Virgen Santísima? ¡Sí! Ella me defenderá de las acusaciones de Satanás, si desde ahora mismo soy fidelísimo hijo suyo, porque en aquel momento de la entrada en la eternidad no habrá tiempo. Jesús nos recuerda: “Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres habrán de dar cuenta el día del juicio”. Sí: “el Señor sacará a plena luz lo que está en los escondrijos de las tinieblas” (1 Cor 4,5).
Tendremos que dar cuenta de los bienes recibidos. San Gregorio nos recuerda que: “Cuando se multiplican los dones recibidos crece también la obligación de dar cuenta de ellos”. Daremos cuenta del mal que hemos hecho de pensamiento, palabra y obra contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos. La parábola de los talentos (Mt. 25,14). Nos recuerda que daremos cuenta del bien que dejemos de hacer. Y también daremos cuenta del bien que hacemos imperfectamente: santa Misa, oraciones, comuniones, apostolado. ¿Qué podrás alegar que te sirva de excusa? Hagamos propósitos firmes de hacer siempre y en todo la voluntad de Dios. “Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos condenados” (1 Cor 11,31). Virgen Santísima, Madre mía intercede por mi ante tu divino Hijo.
Vivamos el momento presente en la presencia de Dios, porque vamos a ser juzgados por su infinita justicia: “¡Oh poderoso Dios mío! Pues aunque no queramos, nos habéis de juzgar, ¿por qué no miramos lo que importa teneros contentos para aquella hora?” “¿Qué será aquel día cuando nos vengáis a juzgar?” (Santa Teresa de Jesús). “Temamos, Padres, temamos; que Juez tenemos a quien dar cuenta, y cuenta más estrecha que la gente del pueblo, la cual como ha recibido menos, dará menor cuenta; más a nosotros se endereza de lleno aquella terrible y verdadera palabra, que dijo el Señor: “A quien mucho es dado, mucho le será pedido” (Luc 12,48) (San Juan de Ávila).
San José María Escribá de Balaguer nos recuerda: “Ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”, rezamos en el Credo. Ojalá no me pierdas de vista ese juicio y esa justicia… a ese Juez “¿No brilla en tu alma el deseo de que tu Padre Dios se ponga contento cuando te tenga que juzgar”. “Hay mucha propensión en las almas mundanas a recordar la Misericordia del Señor. Y así se animarán a seguir adelante en sus desvaríos”.
Nuestro juez es sapientísimo. Lo sabe todo, no lo podemos engañar. Es rectísimo, en aquel día pasó ya el tiempo de la Misericordia Divina. El Santísimo aborrece infinitamente el pecado y tiene poder infinito para castigarlo. El juicio será rigurosísimo: pensamientos, palabras, obras, omisiones, vanidades… todo será pesado en la balanza divina. Unos oirán: Ven bendito de mi Padre; y otros: vete, maldito. Sentencia irrevocable. Medítalo bien, sin prisas.
María, Madre de misericordia, sé mi abogada y defensora; san José protector de los moribundos, alcánzame una santa muerte; ángel de mi guarda no me dejes sólo ni de noche ni de día. ¡Jesús mío y Dios mío, antes morir que pecar!
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