Santo Tomás de Aquino, de muy niño, preguntaba a sus maestros “¿quién es Dios?”. El santo dedicó toda su vida al estudio y a la oración para saber quién es Dios. Escribió muchos libros, fue el príncipe de los Teólogos católicos y recibió el sobrenombre de “doctor angélico”. Es el único Teólogo avalado y recomendado por el Concilio Vaticano II. En su vida hay un acontecimiento misterioso. Un día, le sorprendió su secretario rompiendo todo lo que había escrito. Al preguntarle por que lo hacía el santo respondió “todo lo que he escrito es paja comparado con la realidad”. Había tenido una revelación sobrenatural. Probablemente vio a la Santísima Trinidad. Su interrogante de niño quedó desvelado. Vio a Dios y ante Dios es paja.
Mi profesor de filosofía, el P. Juan Roig Gironella S.I., decía que la felicidad perfecta del hombre está sólo en la contemplación de la Verdad, en la contemplación de Dios, nuestro supremo bien. Felicidad reservada para cuando estemos en el Cielo, porque en la tierra sólo podemos ser felices transitoriamente. Los santos que han contemplado algún destello del Misterio divino caen en éxtasis, salen de sí mismos. Sólo con el don sobrenatural del “lumen gloriae” veremos a Dios cara a cara en su Reino eterno.
Santa Teresa de Jesús y su hermano Rodrigo entendieron de muy niños que los mártires van directamente al Cielo para contemplar el rostro de Dios. Un día se escaparon de casa para ir a tierra de moros con la ilusión de que los “descabezasen” para irse al Cielo directamente. Salieron a buscarlos; su tío los sorprendió en su fuga. Al preguntarle por qué lo habían hecho, la santita contestó “quiero ver a Dios”; y a sus padres les dijo: “he marchado porque quiero ver a Dios y para lograrlo es preciso morir”.
Santa Teresa vio a Dios en la tierra. Cristo se le apareció varias veces. Y experimentó la presencia de Dios en lo más profundo de su alma; experiencia real como la han tenido otros místicos. No son meras ilusiones, son realidades sobrenaturales que hacen recordar una verdad tan sencilla, que aprendimos de niños, y es que Dios está en todas partes. Hasta “entre los pucheros” como decía la doctora de la Iglesia.
Dios se comunica directamente al alma y el alma cristiana se pone en contacto con Dios, quien infunde directamente una vida superior para que la persona humana realice operaciones sobrenaturales. La vida sobrenatural es el camino hacia Dios, un progreso en la intimidad divina hasta llegar al encuentro con Dios. Santa Teresa lo explica perfectamente en las Moradas o Castillo interior. Por cierto, que no se necesita ser doctora de la Iglesia, ni “doctor angélico” para alcanzar y vivir esa íntima unión con Dios. San Alfonso Rodríguez fue profesor de un colegio y santa Bernardita una niña analfabeta.
“¡Dios me crió, luego soy de Dios; me crió todo, luego todo soy de Dios! (San Agustín). Sí Señor, con el santo te digo: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Hemos sido creados por Dios. En la tierra conocido, servido y amado; en el Cielo visto, poseído y gozado. Y siempre en compañía de María santísima. Dios quiere que todos los hombres se salven. Y Cristo murió por la salvación de todos. Pero no olvidemos estas palabras de Cristo: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt. 20,16). No lo olvidemos; sólo hay dos caminos: el que lleva al Cielo y el que termina en el infierno.
Hagamos caso a nuestro Señor Jesucristo: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición. Y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella”. (Mt. 7, 13-14).
¡Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador!.
P. Manuel Martínez Cano mCR
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