Dice la Sagrada Escritura que los profetas guardaban la palabra de Dios. La Virgen María la guardó siempre en su corazón. La palabra de Dios nos ayuda a vencer las tentaciones, nos fortalece para la práctica de las virtudes y nos anima a subir las cumbres de la perfección. Porque la palabra de Dios es alimento sobrenatural para la vida cristiana, según las disposiciones personales de cada hombre y mujer, como enseña la parábola del sembrador. San Agustín dice que la palabra de Dios es anzuelo para pescar a las almas; de ahí que, el demonio intenta de mil modos, que no pongamos la atención necesaria cuando leemos o escuchamos la palabra de Dios.

La palabra de Dios, la revelación divina, ha llegado hasta nosotros por dos vías o caminos: la Tradición divina y la Sagrada Escritura, interpretada auténticamente por nuestra santa madre Iglesia. Hace siglos que los sabios decían “haz lo que haces”, pon toda la atención en lo que estás haciendo. Los santos nos dicen “haz lo que haces bien hacho por amor a Cristo”. Escuchemos, pues, la palabra de Dios con mucha atención y amor a Cristo que “pasó haciendo el bien” nosotros también debemos pasar la vida haciendo el bien que el Señor nos comunica con sus inspiraciones divinas, con su silenciosa palabra, en lo más profundo del alma. Porque, como bien sabemos, seremos juzgados por nuestras obras: “El Hijo del hombre ha de venir en la gloria del Padre, con sus ángeles. Y entonces dará a cada una según sus obras” (Mt.16.27). Todo nuestro aprovechamiento espiritual está en hacer lo que Dios quiere bien hecho y hacerlo como El quiere. Y Dios habla también medio del director espiritual que ha puesto en nuestro camino para que nos oriente hacia la santidad.

Es doctrina común de los santos que el perfeccionamiento de la vida sobrenatural está en hacer las cosas ordinarias de cada día bien hechas y por amor a Dios: trabajar, estudiar, rezar, descansar… en la presencia amorosa de nuestro Padre del Cielo. Que no nos arrastre la imaginación pensando que vamos a realizar cosas extraordinarias que nunca se harán. Vivir las realidades del día a día sobrenaturalmente, para bien propio y la conversión y salvación de las almas. La Virgen santísima nos acompañara siempre.

Es verdad que ha habido santos que se disciplinaron hasta derramar su sangre, y otros que hicieron muchos días de ayuno, y así se santificaron. Pero la inmensa mayoría estamos llamados a la santidad purificando los corazones con el amor a Dios y al prójimo, practicando en las pequeñas cosas de cada día. Que la Sagrada Familia nos enseñe a vivir como ellos vivieron en Nazaret.

 

P.Manuel Martínez Cano mCR