Carta del Cardenal Primado de Bélgica

Malinas, 16 de enero de 1938.

A Su Eminencia el Cardenal Gomá y Tomás, Arzobispo de Toledo, Primado de España.

Eminencia Reverendísima:

Aprovecho gustoso la ocasión de un viaje a España de mi secretario, el canónigo Leclef, para presentar a Vuestra Eminencia y al Episcopado español mis homenajes de ferviente adhesión y de simpatía profunda en las dolorosas circunstancias porque atraviesa vuestra patria. Yo no ceso de rogar y hacer rogar para que Dios se digne abreviar el tiempo de la prueba.

No he menester repetir -porque Vuestra Eminencia no lo ignora- en qué forma yo y mis Venerados colegas del Episcopado belga nos hemos asociado a vuestros dolores, y cuánto nos hemos esforzado en hacer conocer y en sostener la causa de la España católica. En la fiesta de Natividad de 1936, muchos meses antes de la Carta Colectiva del Episcopado español, dirigimos a nuestros fieles una Carta colectiva en la que les decíamos: “En España, desde que se han apoderado los comunistas del Gobierno de Madrid, la guerra civil, ya de suyo harto funesta, se recrudece como horrible guerra religiosa. Sobre todo el territorio donde reina el comunismo se extiende una orgía infernal de incendios de iglesias y de conventos, de asesinatos de Obispos, de sacerdotes, de religiosos y religiosas, con el exterminio sin piedad de las personas y cosas que representan la religión católica. Inclinémonos con respeto ante estas nobles víctimas del odio satánico al nombre cristiano, porque estamos en el derecho de pensar que han conquistado la aureola del “martirio”, en el sentido propio y elevado de la palabra. Esta guerra ha tomado, por consiguiente, el carácter del conflicto a muerte entre el comunismo materialista y ateo y la civilización cristiana de nuestros viejos países occidentales”.

Cuando Vuestra Eminencia hizo llegar a mis manos el texto de Vuestra Carta Colectiva, me apresuré a hacerla traducir al francés y al flamenco, y desde el 7 de agosto la dirigí a toda la prensa católica belga, con ruego de que la publicaran “in extenso”, porque “constituye, para juzgar de la guerra de España, un documento de la más alta importancia y verdaderamente decisivo”. Todos nuestros diarios y nuestras grandes revistas la han publicado íntegramente, y puedo dar la seguridad de que la conciencia católica de nuestro país está por entero en espíritu y en corazón a vuestro lado.

En las conferencias que he dado a nuestros sacerdotes durante los retiros sacerdotales de los meses de agosto y septiembre, conferencias cuyo texto ha sido publicado en nuestra revista diocesana de enero de 1938 y comentado en toda la prensa, he insistido de nuevo sobre la intervención de los Obispos españoles, al hablar del poder pastoral de los Obispos. Citaba, entre otras cosas, “la actitud clarísima tomada por el Episcopado español en la guerra civil contra el Frente Popular gubernamental”, y añadía: “Al prescribir a los fieles su línea de conducta en este caso y en otros parecidos, la autoridad jerárquica no se sale en absoluto de su competencia; no hace más que cumplir con su misión propia, que consiste en velar por los derechos de la Iglesia y por el bien de las almas”.

Y hablé del caso vasco en estos términos: “Otro ejemplo terrible lo tenemos a la vista en este momento: es el caso vasco. A pesar de la prohibición formal de sus Obispos, algunos católicos han hecho causa común con los comunistas cuando éstos exterminaban a sangre y fuego la Iglesia católica en España. Ahora pagan su lamentable error con los males que han acarreado sobre sí mismos y sobre su pueblo”.

Estos actos y muchos otros sobre los que no quiero insistir demuestran, mejor que testimonios puramente verbales, que la causa de la Iglesia en España es queridísima y que estamos dispuestos a secundar en todas formas vuestros esfuerzos. En particular quiero prometer a Vuestra Eminencia que en cuanto pueda restablecerse el culto en toda España los católicos belgas cumplirán con largueza su deber y manifestarán su generosidad para con las iglesias devastadas.

Fraternalmente unido a Vuestra Eminencia, le ruego, besando sus manos, que se digne aceptar el homenaje de los sentimientos de veneración y adhesión, con los que me ofrezco de Vuestra Eminencia Reverendísima humildísimo afectísimo servidor.

Firmado: J. E. Cardenal Roey, Arzobispo de Malinas.