A un joven que le preguntó al Santo Padre Francisco que debía hacer para seguir a Cristo, el papa le dijo: “¡Avanzar! Siempre”. Aunque tropecemos y caigamos, siempre seguir adelante. Avancemos por el camino de la santidad. Alimentemos el alma con la oración, los sacramentos, el sacrificio, la limosna…; qué puedo hacer por Cristo? ¿Qué voy a hacer por la salvación de las almas? San Ignacio de Loyola, nos dice: “Todos nos animemos para no perder punto de perfección que con la divina gracia podamos alcanzar”
San Juan, dice: “El justo sea más justo y el santo santifíquese más” (Apc.22, 11). La batalla para alcanzar la santidad no acaba nunca; es un combate continuo. Ni el mismo san Pablo lo alcanzó, como escribe a los filipenses, pero corría tras ella con todo su corazón, olvidándose de su pasada vida. El que quiera ser santo, debe olvidar su vida pasada. Es el primer paso para subir al monte de la perfección: olvidar el bien y el mal que hizo para emprender el nuevo camino de la santidad en compañía de Jesús y de la Virgen María. Y no es cuestión de puños o voluntarismo, como algunos despistados atribuyen a la espiritualidad ignaciana. Se trata de estar largos ratos a solas, tratando de amistad con quien sabemos nos ama” (Santa Teresa de Jesús). Santa Teresita del Niño Jesús lo dice así: “El se conforma con una mirada, con un suspiro de amor… la perfección es algo muy fácil de practicar, pues lo único que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón sin olvidar, claro está, lo que la misma santa dice: “el sufrimiento me acompañó siempre, desde la cuna”
En el camino de la santidad debemos tener mucho cuidado y diligencia porque nos jugamos la felicidad temporal y la eterna. Siempre avanzando, siempre más. San Ignacio es el santo del “magis,” del más. Todo lo hacía a la mayor gloria de Dios. Por Cristo, por María, y por España, más, más, más. Si lo hacemos, no cometeremos ni un solo pecado mortal, con la gracia de Dios, que no nos faltará. No limitarnos a cumplir los Mandamientos de la ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia, sino también los consejos evangélicos. Así combatimos eficazmente a los enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Y no caeremos en la tibieza que tanto mal hace a las almas y a la Iglesia, como ha dicho el Santo Padre Francisco.
Bajo la maternal protección de la Virgen Santísima alcanzaremos la santidad.
P. Manuel Martínez Cano mCR
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