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La tibieza es el relajamiento espiritual, que va parando o debilitando las energías de la voluntad, inspira horror al esfuerzo y retarda pesadamente los actos de la vida cristiana. Es una languidez o flaqueza y entorpecimiento espiritual. No es la muerte del alma, pero puede llevar, insensiblemente a la muerte de la vida sobrenatural. Supone haber adquirido cierto grado de fervor y después dejarse llevar, poco a poco, hacia el relajamiento: “¡Ojalá fueras frio o caliente! Más por cuanto eres tibio y no frio ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca” (Apc. 3, 15-16).
En una carta a su hermana religiosa de la Visitación, san Claudio de la Colombiere dice: “Preferiría tener que convertir a un gran pecador que a una persona religiosa que ha caído en la tibieza. Es este un mal casi sin remedio. Veo a pocas personas que vuelvan sobre sus pasos… Dios te guarde, hermana mía, de caer en esta desgracia. Preferiría verte muerta”. Santa Teresa de Jesús recuerda que: “Más agrada a Dios un alma que le sirve con perfección, que millones de imperfectas, aunque sean buenas”. El nuevo doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila nos dice: “Habéis comenzado a servir a Dios; guardaos de la tibieza, no eche a perder la devoción que os dieron, que la quema y abrasa peor que cierzo. Guárdala del hielo, consérvala en su calor con oración, ayunos y limosnas. Que no nazcan gusanillos en la hoja y le hacen perder la frescura que tenía primera hoja y le hacen el verdor y frescura que tenía primero. La enfermedad de la tibieza es asaz peligrosa, muy peligrosa. Guardaos de tibieza, por quien Dios es. ¡Oh carcoma! ¡Y cuantas ropas han roído y comido y cuántos tienes perdidos!”
Las dos causas principales de la tibieza son una alimentación espiritual deficiente y la invasión en el alma de algún germen morboso; es una falta de limpieza de conciencia. Se apodera de las almas que no tienen un ideal. Es indudable que hay una relación íntima entre el pecado venial y la tibieza, pero también hay diferencias esenciales. La tibieza es un estado permanente del alma; el pecado venial es un acto. El pecado venial es positivamente malo. San Agustí: “Los muchos pecados veniales, si se desprecian llegan a matar”. Santo Tomás: “Quien peca venialmente desprecia algún orden, y con eso acostumbra a su voluntad a no sujetarse en las cosas menores al orden debido; y se dispone a no sujetar su voluntad al orden del último fin, eligiendo lo que es pecado mortal de suyo”.
La tibieza tiene dos elementos constitutivos. De los dos sólo uno tiene malicia positiva: la frecuente caída en el pecado venial o la omisión consciente y culpable de poner los medios para evitarlos. El otro elemento es solo una imperfección: la ausencia habitual en la vida espiritual de actos generosos, la falta de virtud sólida, cierta mediocridad en todas las obras buenas y en el modo de cumplir los deberes de estado, las constituciones, las reglas. Es muy importante entender bien esto para no confundir la tibieza con las sequedades, arideces o el estado de prueba, en las cuales el alma se duele de tenerlas y trabaja para seriamente salir de su estado, mientras que los tibios se dejan arrastrar por las distracciones, pensamientos inútiles, fobias, etc. San Juan de la Cruz dice: “Razón de la tibieza es no se le dar mucho, ni tener solicitud interior por las cosas de Dios. De donde entre la sequedad y tibieza hay mucha diferencia, porque lo que es tibieza, tiene mucha flojedad y remisión en la voluntad y en el ánimo, sin solicitud de servir a Dios; la que sólo es sequedad purgativa, tiene consigo ordinaria solicitud con cuidado y pena, como digo, de que no sirve a Dios”.
La única señal cierta de que estoy en tibieza es la ausencia habitual de horror al pecado venial. Hay unos síntomas que nos avisan. El primero es no dar importancia a las cosas pequeñas. Para el fervoroso, nada es pequeño cuando se trata del servicio de Dios y la salvación de las almas. El tibio tiene una cierta secreta satisfacción propia que le hace vivir satisfecho en la mediocridad. El tibio no se preocupa de la perfección de su vida espiritual, ni siente deseos de más perfección. Para el tibio es motivo de burla el precepto del Señor: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. Su norma práctica es no hacer nunca lo que es perfecto. El cristiano fervoroso nunca se encuentra satisfecho de sus progresos espirituales, ni dice “basta” en su camino de perfección, sino que siempre aspira a “más”, al magis de san Ignacio de Loyola.
Otro síntoma de tibieza es el aburguesamiento, el no querer molestarse ¡La virtud es difícil! Y el camino de la santidad y del cielo es estrecho y empinado. Por tanto, la mortificación y abnegación son necesarias. Pero el tibio busca lo más cómodo, no lo mejor o más fructuoso para su alma. Los tibios “son enemigos de la cruz de Cristo” (H. 3,18). El tibio es dulce cuando no se contradice; amable cuando le agrada; paciente cuando nada tiene que sufrir; humilde, mientras no se le toque el amor propio; obediente si se le manda lo que le gusta; pero que se le contraríe, que se le resista, que se le pinche o toque en la punta del dedo de su amor propio, se le verán saltar y echarlo todo por tierra. No encuentra gozo en las cosas espirituales, cumple en todo por rutina. Ni la cruz del calvario, ni la cueva de Belén, ni la muerte ni el infierno le impresiona, cae en la insensibilidad de las cosas espirituales. La sequedad de los fervorosos es distinta, porque ellos ponen los medios sobrenaturales para salir de ese estado de prueba. “¡Maldito aquel que ejecuta de mala fe y con negligencia la obra que el Señor le manda” (Jer 48,10).
El tibio se priva de los consuelos de la práctica de la virtud: “la buena conciencia es como banquete continuado” (Prov. 15,15). Dios no le concede nuevas gracias, el alma se va debilitando y se hace más fácil la caída en pecado mortal. La tibieza origina la ceguera del alma. ¡Qué estado tan triste! ni ve el mal que hace ni el bien que deja de hacer. Y a ciegas va precipitándose en el abismo.
La tibieza no tiene fácil remedio; pero, si con la gracia de Dios, quieres salir de ese estado, puedes. Una buena confesión general; firme propósito de cumplir las Reglas y Constituciones; examen de conciencia diario para reflexionar sobre ti mismo y proceder en todo con gran pureza de intención; el conocimiento de nuestras miserias nos hará desconfiar de nosotros mismos y confiar absolutamente en el Corazón de Jesús: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo. Al que venciere le haré sentar en mi trono, así como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Apc. 3, 20-21).
San Bernardo exclama: “¡No te acompañes de tibios!”. Y san José María Escrivá nos dice: “Lucha contra esa flojedad que te hace perezoso y abandonado en tu vida espiritual. Mira que puede ser el principio de la tibieza, y en frase de la Escritura, a los tibios los vomitara Dios”. Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado. Di conmigo: ¡No quiero tibieza! : ¡confinge timore tuo carnes meas! – ¡dadme, Dios mío, un temor filial, que m haga reaccionar”
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