Esta cuestión del voto de virginidad de ambos que iban a contraer matrimonio presenta sus dificultades a quienes se preguntan: ¿Cómo supieron uno del otro del voto emitido? ¿No era tal voto obstáculo para el matrimonio?
Los dos jóvenes María y José en su primer encuentro se amarían sin duda entrañablemente con un amor grande, muy puro y elevado, porque Ella era la mujer más bella y pura, sin mancha original, la que según la tradición se había consagrado a Dios con el voto de virginidad ya desde que tuvo uso de razón, y por que él, o sea José, había sido santificado cual otro Jeremías y el Bautista, desde el vientre de su madre, según el sentir de grandes teólogos, y se hallaba libre de los apetitos de la carne…
En aquellas circunstancias la Virgen María sería la primera en manifestar a José su propósito de permanecer virgen, y por tanto que no consentiría en sus desposorios con él, sino después de una palabra firme de que respetaría su virginidad, y entonces José aceptaría casarse con ella con dicha condición e incluso le prometería ser custodio de su virginidad.
Ambos eran seres privilegiados, que aparecen con una gran castidad y limpieza virginal en sus relaciones y después en su matrimonio, como se desprende de los Evangelios.
Aquella atmósfera de pureza y de amor en que se movían nos revelan que ningún matrimonio en este mundo podía ser tan feliz como el suyo.
Aquella unión virginal era obra de Dios, ordenada y ya preparada por El en orden a la venida a este mundo del Mesías.
Bossuet dice: «Brillan aquí la dignidad de María y de José. La de María porque su virginidad feliz fue escogida para dar a Cristo al mundo: la de José por habérsele confiado el cuidado de esa virginidad».
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