15 Si la democracia se organiza a través de la familia, las corporaciones, las entidades naturales, ¿no es esto lo que se ha adjetivado como democracia orgánica?

Es una manera adecuada de adjetivar así la única democracia potable. Un ensayista tan liberal como Salvador de Madariaga, en los años 1931-32, ya la propugnaba. Y en su libro «Anarquía o jerarquía», subtitulado «Ideario para la constitución de la tercera República», Madariaga escribe así: «El Estado ha de concebirse como la manifestación de una democracia no meramente Numérica o estadística, sino orgánica. El postulado que el Gobierno por el pueblo significa gobierno por la suma aritmética de los habitantes de la nación o de su mayoría, postulado que, aun absurdo, es la base del funcionamiento y del pensamiento de nuestras democracias, basta para explicar la crisis por que atraviesan» y continúa: «La democracia orgánica unánime es la forma natural que tiene que adoptar una nación civilizada que alcanza su mayoría de edad». Y abundan también en los conceptos antedichos de la democracia orgánica, un pensador como Jacques Maritain y el fundador de la democracia cristiana italiana, Luigi Sturzo. y esto aclara que el sufragio universal y los partidos políticos son los grandes desastres para las naciones. Salvador de Madariaga lo especifica así: «El derecho más importante del Estado a limitar la libertad individual procede de su deber de asegurar su propio funcionamiento. En nuestra opinión, el Estado no es final, sino instrumental. Pero este instrumento existe para el hombre. Su funcionamiento eficaz es, pues, de gran importancia. Dada la íntima relación que existe entre el individuo y la colectividad, el individuo sufriría hondamente en cuerpo y alma si desapareciese el Estado, perdiendo así la colectividad su medio de conciencia y de expresión. Esta es, pues, una cuestión esencial. En este punto bifurcan los caminos, y los beatos de la democracia liberal tendrán que seguir por un sendero solitario, porque nosotros, hombres de nuestro siglo, creemos que precisamente porque el Estado es para el individuo en lo que concierne a los valores, el individuo es para el Estado en lo que concierne a las funciones. En una palabra, estimamos que el Estado no puede tolerar que se paralice o falsee su propio funcionamiento, sea por quien sea… No hay sociedad que pueda funcionar sin orden, jerarquía, continuidad y disciplina. El Estado tiené la obligación de asegurar estas condiciones y no hay teoría de libertad individual que pueda alegarse como válida frente a este deber del Estado, porque no está en juego ninguna forma esencial de la libertad individuaL.. El Estado económico, y aún diremos más, el Estado funcional, tiene que ser autoritario. No puede tolerar ni huelgas ni lockouts, ni asociaciones obreras de lucha, ni asociaciones patronales llamadas de defensa; todavía menos puede consentir que sus propios trabajadores, funcionarios de Correos, maestros y catedráticos, formen asociaciones basadas en su función y con objeto de discutirlas. Estas llamadas conquistas de la libertad no tienen nada Que ver con la libertad, que es la condición esencial de la vida humana. Se deben a una interpretación descabellada de lo que es la libertad y de lo que es Estado. No son democracia, sino demagogia. Tienen que desaparecer».

 

16 -La democracia, ¿supone un régimen republicano o monárquico?

La democracia, según la doctrina pontificia, es una manera de organizar normal y lógicamente la participación de los ciudadanos en las tareas de la vida pública. Pero, como afirma Pío XII, en el mensaje navideño de 1944, «la democracia, entendida en sentido lato, admite diversidad de formas y puede tener lugar tanto en las monarquías como en las repúblicas». Lo que el católico siempre debe tener presente es que el Estado y la política no se pueden interpretar con criterios naturalistas. El modelo de la auténtica política es la bienaventuranza. Juan XXIII, en la «Pacem in terris», presenta el ideal de que «la sociedad humana refleje lo más posible la semejanza del Reino de Dios». y para ello no olvida decir: «Es de todo punto necesario el auxilio del cielo». Lo que significa que para gobernar bien, para lograr el bien común de los pueblos, gobernantes y gobernados necesitan los dones del Espíritu Santo. Lo que nunca se logrará con mentalidades corrompidas por el liberalismo, la democracia rousseauniana, el sufragio universal, y las constituciones inspiradas en esquemas masónicos, centristas, naturalistas y sus consecuencias: el socialismo y el comunismo. Juan XXIII no propugnaba un Estado aconfesional porque un Estado no es un equipo de fútbol, ni otra entidad aséptica, sino que tiene mucho que ver con la convivencia verdadera y su destino eterno. Lo dice también Juan XXIII, en la «Pacem in terris»: «El hombre, que se compone de cuerpo y alma inmortal, No agota su existencia ni consigue su perfecta felicidad en el ámbito del tiempo: de ahí que el bien común se ha de procurar por tales procedimientos que no sólo no pongan obstáculos, sino que sirvan igualmente a la consecución de su fin ultraterreno y eterno».