Parte Segunda
DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Motivos de esta perfecta consagración
160. El R. P. Simón de Rojas, de la Orden de la Santísima Trinidad, predicador del rey Felipe III, puso en boga esta práctica de piedad por toda España y Alemania, y a instancias de Felipe III obtuvo de Gregorio XV grandes indulgencias para los que la abrazasen.
El Rdo. P. de los Ríos, del Orden de San Agustín, se dedicó con su íntimo amigo el Beato Rojas a extender esta devoción con sus escritos y con su palabra en los mismos países. Compuso un grueso volumen, titulado Hierarchia Mariana, en que trata con tanta piedad como erudición de la antigüedad, excelencia y solidez de esta consagración a María.
161. Los Padres Teatinos, en el último siglo, la establecieron en la Sicilia y en la Saboya; el P. Estanislao Falacio, de la Compañía de Jesús, la hizo admirablemente conocer en Polonia. El P. Ríos, en su arriba citado libro, refiere los nombres de los príncipes, princesas, duquesas y cardenales de diferentes reinos que abrazaron esta práctica.
El P. Cornelio a Lápide, tan recomendable por su virtud como por su profunda ciencia, habiéndole dado muchos teólogos encargo de examinar esta devoción, después de haberlo hecho maduramente, la aprobó, haciendo de ella grandes alabanzas dignas de su piedad, y muchos otros grandes personajes siguieron su ejemplo. Los Padres de la Compañía de Jesús, siempre celosos en el servicio de la Santísima Virgen, presentaron en nombre de los congregantes de Colonia un pequeño Tratado de la Santa Esclavitud al duque Fernando de Baviera, que por entonces era Arzobispo de Colonia, el cual le dio su aprobación y permitió reimprimirlo, exhortando a todos los párrocos y religiosos de su diócesis a que propagasen cuanto les fuera posible esta piadosa práctica.
162. El Cardenal de Berulle, cuya memoria es bendecida en toda Francia, fue uno de los más celosos en extenderla, a pesar de todas las calumnias y persecuciones de los críticos y de los libertinos, quienes le acusaron de novedad y de superstición, y escribieron contra él un libelo difamatorio, y sirviéronse (o más bien el demonio se sirvió de ellos) de mil astucias para impedir que se esparciese esa devoción en Francia. Pero este grande y santo hombre no respondió a sus calumnias más que con la paciencia, y a las objeciones contenidas en el libelo contestó con un pequeño escrito, en que las refutó victoriosamente, mostrando que esta práctica está fundada en el ejemplo de Jesucristo, en las obligaciones que para con El tenemos, y sobre los votos que hicimos en el santo Bautismo. Y así cerró la boca a sus adversarios, haciéndoles ver que esta Consagración a la Santa Virgen, y a Jesucristo por su medio, no es más que una perfecta renovación de los votos y promesas del Bautismo. Muchas más cosas, todas muy hermosas, que en sus obras se pueden leer, dijo sobre esta devoción.
163. Léense en el libro de M. Boudon los nombres de los diferentes Papas que han aprobado esta práctica de piedad, de los teólogos que la han examinado, las persecuciones que contra ella se han suscitado y de las que ha triunfado, y los millares de personas que la han abrazado, sin que jamás la haya condenado ningún Papa, y no se la podría condenar sin trastornar los fundamentos del Cristianismo. Consta, pues, en conclusión, que esta devoción no es nueva, y que si bien no es común, consiste esto en que es demasiado preciosa para ser saboreada y practicada por todo el mundo.
164. 2. Esta devoción es un medio seguro para ir a Nuestro Señor, porque es propio de la Santísima Virgen el conducirnos seguramente a Jesucristo, como lo es de Jesucristo llevarnos seguramente al Padre Eterno. Y no crean los hombres espirituales equivocadamente que María les puede impedir el llegar a la unión divina. Porque, ¿sería posible que la que ha hallado gracia delante de Dios para todo el mundo en general y para cada uno en particular, sea estorbo a un alma para alcanzar la gracia de la unión con Jesucristo? ¿Sería posible que la que ha sido toda llena de gracias, tan unida y transformada en Dios, que le plugo encarnarse en Ella, impidiese que un alma se uniese perfectamente a Dios? Bien es verdad que la vista de otras criaturas, aunque santas, podría, quizás, en ciertos tiempos, retardar la unión divina, pero no María, como he dicho y diré siempre sin cansarme. Una de las razones porque son tan pocas las almas que llegan a la medida de la plenitud de Cristo (Ephes. 4,13), es porque María, que ahora como siempre, es la Madre de Cristo y la Esposa fecunda del Espíritu Santo, no está bastante formada en los corazones. Quien desea tener el fruto maduro y bien formado, debe tener el árbol que lo produce. Quien desea tener el fruto de la vida, Jesucristo, debe tener el árbol de la vida, que es María. Quien desea tener en sí la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa fiel e inseparable, la divina María, que le da fertilidad y fecundidad, como lo hemos dicho ya en otro lugar.
165. Persuadíos, pues, de que cuanto más busquéis a María en vuestras oraciones y contemplaciones, en vuestras acciones y sufrimientos, si no de una manera clara y explícita, al menos con una mirada general e implícita, más perfectamente hallaréis a Jesucristo, que está siempre con María. Así, bien lejos de que María, toda absorta en Dios, venga a ser un obstáculo a los perfectos para llegar a la unión con Dios, no ha habido hasta ahora ni habrá jamás criatura que nos ayude más eficazmente a esta gran obra, ya sea por la gracia que nos comunique a este efecto, por cuanto, como dice un santo, nadie se llena del pensamiento de Dios sino por Ella, ya sea por el cuidado que María tendrá siempre de librarnos de las ilusiones y engaños del maligno espíritu.