Parte Segunda

DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

Motivos de esta perfecta consagración

166. Allá donde está María deja de estar el espíritu maligno, y una de las infalibles señales de que es uno conducido por el buen espíritu, es ser muy devoto de esta buena Madre, pensar y hablar de Ella muy frecuentemente. Es pensamiento de san Germán, que añade que, así como la respiración es una señal cierta de que el cuerpo no está muerto, el pensar frecuentemente, el invocar amorosamente a María es una señal cierta de que el alma no está separada de Dios por el pecado.

167. Como María sola es quien ha matado todas las herejías, como lo dice la Iglesia y el Espíritu Santo que la dirige: Tú solo heriste de muerte todas las herejías del mundo entero, por más que los críticos murmuren, jamás un devoto fiel de María caerá en herejía o en una ilusión formal; podrá errar materialmente, tomar la mentira por la verdad y el mal espíritu por bueno, aunque más dificilmente que otro cualquiera, pero conocerá tarde o temprano su falta y su error material, y cuando lo conozca no insistirá de ningún modo en creer y sostener lo que había creido verdadero.

168. Quien pretenda, pues, sin temor de ilusión, cosa muy ordinaria en persona de oración, avanzar en el camino de la perfección, y hallar segura y perfectamente a Jesucristo, abrace con todo corazón con gran ánimo y buena voluntad esta devoción a nuestra Señora que tal vez no haya conocido hasta ahora. Entre en este camino más excelente que le era desconocido y yo ahora le enseño (1 Cor. 12,31). Camino es este abierto por Jesucristo, Sabiduría encarnada nuestra única Cabeza; el que es miembro suyo, al andar por este camino no se puede engañar.
Es un camino fácil, por virtud de la plenitud de la gracia y de la unción del Espíritu Santo que le lleva; jamás le cansa, ni retrocede en su marcha por él. Es un camino corto que en poco tiempo nos conduce a Jesucristo. Es un camino perfecto en que no hay lodo, polvo ni la menor inmundicia de pecado. Es, finalmente, un camino seguro que nos conduce a Jesucristo y a la vida eterna de una manera recta y corta, sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. Entremos, pues, en este camino, hasta que lleguemos a la plenitud de la edad de Jesucristo.

169. Sexto motivo. – Esta devoción da a las personas que la practican fielmente una gran libertad interior, que es la libertad de los hijos de Dios. Porque como por ella se hace uno esclavo de Jesucristo, y en este concepto se consagra todo a El, este buen Señor, en compensación de la amorosa cautividad en que uno se constituye: 1º, le quita del alma todo escrúpulo y todo temor servil que puedan angustiarle, cautivarle y confundirle; 2º, la escuda el corazón con una firme confianza en Dios, haciéndole mirar a Dios como su Padre; 3º, le inspira un amor tierno y filial.

170. Sin detenerme a probar esta verdad con razones, me contento con referir un dato histórico que he leído en la vida de la Madre lnés de Jesús, religiosa de la Orden de Santo Domingo, del convento de Langeac, en Auvernia, y que murió en olor de santidad en el mismo lugar en 1634. Cuando aún no contaba más que unos siete años, como sufriera grandes penas de espíritu, oyó una voz que le dijo que si quería verse libre de todas sus penas y ser protegida contra todos sus enemigos, se hiciese cuanto antes esclava de Jesús y de su Santísima Madre. De vuelta a su casa, se apresuró a entregarse enteramente a Jesús por María en ese concepto, por más que ignoraba antes lo que fuese esta devoción, y habiendo encontrado una cadena de hierro, se la puso sobre los riñones y la llevó hasta la muerte. Después de haber hecho esto, todas sus penas y escrúpulos cesaron, y se sintió con grande paz y dilatación de corazón; lo cual la empeñó a enseñar esta devoción a muchas personas piadosas que en ella hicieron grandes progresos, entre otros a M. Olier, fundador del Seminario de San Sulpicio, y a muchos sacerdotes y eclesiásticos del mismo Seminario. Un día la Santísima Virgen se le apareció y le puso en el cuello una cadena de oro, en testimonio del gozo que la había dado con hacerse esclava de su Hijo y suya, y Santa Cecilia, que acompañaba a la Santísima Virgen, le dijo: «Dichosos los esclavos fieles de la Reina del cielo, porque ellos gozarán de la verdadera libertad: Servirte es libertad».