Estas tres cosas existen, según él, en el matrimonio de San José, y las tres concurren a guardar la virginidad. Existe un contrato por el que se entregan el uno al otro y donde triunfa la pureza en la verdad del matrimonio. «Porque María pertenece a José y José a María, afirmo que su matrimonio es muy verdadero, ya que se han entregado el uno al otro. Pero ¿de qué forma se entregaron? ¡Pureza, he ahí tu triunfo! Se entregan recíprocamente su virginidad y se ceden un derecho mutuo sobre la misma. ¿Qué derecho? El de guardar el uno la del otro. Sí; María tiene el derecho de preservar la virginidad de José, y José el de salvaguardar la de María, y la fidelidad de ese matrimonio consiste en custodiar la virginidad. Esa son dos promesas que les unen, ese el tratado que les ata…

 

Hemos visto cómo se verifican las dos primeras condiciones del matrimonio: el contrato para conservarse puros y el amor intenso que nace de esa pureza.

Réstanos ver el fruto de aquel matrimonio: Jesús. ¿Os extraña que le llame fruto del matrimonio? ¿No es muy digno de la virginiad de María, la que le trajo del cielo a la tierra? ¿No fue su pureza la que agradó al Padre y la causa de que el Espíritu Santo la cobijara con su sombra? Sí, y por eso mismo no temo afirmar que José tuvo gran parte en este milagro, porque si la pureza angélica es el bien de María, es también el depósito del justo José.

 

Pero puedo decir más; puedo decir que Jesús le pertenece precisamente por su matrimonio y por los castos cuidados con que conservó a María».