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Nuestro nuevo doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, dice que hay personas que en sueños parece que hacen grandes cosas pero que despiertos lo hacen todo al revés. Los sueños, sueños son. No son verdaderos propósitos. El santo exclamaba: ¡Ay de estos que se pasan toda la vida en deseos, y les haya la muerte sin obras! Porque no sólo no les aprovecharán los deseos que tuvieron, antes serán castigados, porque no realizaron las buenas inspiraciones que el Señor les dio.

El Señor quiere que tengamos grandes deseos de practicar las virtudes porque, lo que se desea poco, cuando se recibe, se le tiene en poco. Así las almas se van enfriando hasta caer en la tibieza. San Buenaventura dice que hay personas que tienen buenos propósitos pero que nunca se vencen a sí mismas. En realidad, no son auténticos propósitos sino veleidades: quieren, pero no quieren. “Desea el perezoso, pero nada logra” (Prov. 13, 4)

Si los buenos deseos y propósitos no se pueden realizar sin culpa propia, el Señor los tiene muy presentes y los acepta como realizados. Estamos en las manos y en el corazón de nuestro Padre del Cielo, infinitamente misericordioso. Nada hay que debamos temer:  “El que tenga sed que venga a Mí, y beba” (Jn 7, 37) Sólo tenemos que dar los pasas necesarios. Porque más desea el Señor comunicarnos sus gracias actuales que nosotros recibirlas.

Los santos nos dicen que en el camino de la virtud el no avanza retrocede. Debemos andar al ritmo que nos marca el Señor: “Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”. (1 Jn 2, 6) Siempre contracorriente como nos exhorta el Santo Padre Francisco. Sobrealimentando  el alma con la oración, el sacrificio y la frecuencia de los sacramentos. Combatiendo los nobles combates de la fe como lo hicieron todos los santos: “El Reino de los Cielos padece violencia y los esforzados son los que lo arrebatan” (Mt. 11, 12) Contra las pasiones desordenadas, la práctica de las virtudes cristianas.

Santo Tomás de Aquino recuerda a los religiosos que viven en estado de perfección, por sus votos de pobreza, castidad y obediencia, que no son perfectos, sino que están obligados a aspirar a la perfección cristiana mediante la práctica de las virtudes teologales y morales. Religiosos, sacerdotes y seglares, estamos creados a imagen y no nos bastan los bienes temporales para calmar el deseo innato de ser felices. Necesitamos los bienes espirituales que nos alcanza la eterna bienaventuranza del Cielo.

Que la Virgen Santísima nos coja de una mano, y nos proteja, bajo su manto, para que nos enseñe a practicar las virtudes sobrenaturales que necesitamos para alcanzar la perfección cristiana a la que hemos sido llamados.

 

P. Manuel Martinez Cano mCR