“Hay que recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que cada individuo se convierte en doctor y legislador…; no se levantará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar, ni la nueva ciudad por construir en las nubes. Ha existido, existe: es la civilización cristiana, es la ciudad católica”.
En estas palabras del inmortal Papa San Pío X, esta condensado el espíritu de nuestros campamentos y en general el espíritu de toda nuestra Asociación Juvenil. Por eso, frente a la anarquía social, nuestros campamentos quieren construirse sobre la disciplina, la autoridad y la recta armonía orgánica de todos los acampados. Frente a la anarquía intelectual, nuestros campamentos son cátedra al aire libre de las verdades inconmovibles de la razón iluminada por la fe, y aun del sentido común y educador humano.
En nuestros campamentos no hay doctores o legisladores que inventen nuevas ciencias o particulares puntos de vista. Hay sí, una cadena de mando que tiene la autoridad y que la ejerce paternalmente en lo religioso y en lo formativo, sin ninguna improvisación personalista, y hay además en ella una sumisión total al perenne magisterio de la Iglesia y a las directrices que emanan de ese magisterio.
Y porque nada menos que nuestro ideal es contribuir a la reconstrucción de la sociedad, de la Patria y de la familia, para que en todas partes llegue a ser una realidad el reinado del Sagrado Corazón, en nuestros campamentos la vida religiosa es la que dirige los trabajos y la que pone el fundamento de todas las actividades. Tenemos bien claro ante nuestros ojos que no hay verdadera construcción de una sociedad, si ésta se realiza sobre la voluntad de los hombres en lugar de apoyarse en la voluntad de Dios. El ejercicio de una formación sólida, de una educación eficaz, de una libertad que merezca ese nombre, es precisamente el ordenar toda voluntad humana a su acomodo con la voluntad de Dios. Critican inútilmente lo que dicen de nosotros, que nos pasamos la vida rezando, y que convertimos al campamento en una escuela de religión y de prácticas piadosas. Aspiramos a crear hombres y mujeres que vivan la religión con la naturalidad de lo que es fundamental y necesario para llegar a ser un día eso, hombres y mujeres que merezcan además el regalo de ser verdaderamente cristianos.
Nuestros campamentos son una pequeña cristiandad, son una comunidad cristiana, son una célula viva de la Iglesia, son la experiencia viva de que es posible un mundo en el que todas las cosas estén incrustadas en Jesucristo, su Rey y Señor universal.
Acampados e instructores. El sueño del campamento es el sueño de siglos que anhela llegue pronto su día en el que todos los hombres formen un solo rebaño bajo el cayado de un solo Pastor, que es el Papa. El grito y la aspiración que recogen los ángeles del cielo desde todas las tiendas de campaña, desde las copas de los altos pinos, desde el sagrario que preside el campamento: ¡Venga ya a nosotros tu reino!
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I. Meridiano Católico Nº 52-53, julio-agosto de 1981
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