Erase una vez un cantero que labraba admirablemente la piedra granito, trabajando de sol a sol. Junto a él vivía un conocido pastelero que mezclaba con sus manos toda clase de elementos para fabricar suculentos pasteles. El cantero, en cierta ocasión labró y pulió un mojón de piedra, que situó junto al puentecillo de la acequia que separaba las dos casas. Quiso el pastelero imitarle y confeccionó un enorme flan de las mismas proporciones que el mojón del cantero.

Concluida su obra, situó al flan junto al mojón. Espolvoreo harina sobre ambos para que parecieran cubiertos del polvo de los caminos. Aquella misma tarde, jugaban en el prado vecino, el hijo del cantero y el del pastelero. Cansados de su juego, fueron a sentarse en lo que habían trabajado aquella mañana sus padres. Ya podéis imaginar lo que aconteció. El hijo del cantero se rió todo lo que quiso al ver a su compañero de juego caer a la acequia embadurnado de flan por todas partes.

Sobre un flan no puede levantarse un edificio. Menos construirse un hombre. ¿Y cómo se construye un hombre? Con la ayuda de Dios, somos nosotros mismos los que nos construimos, aunque tiene una excepcional importancia un buen maestro, un buen educador, un padre que sea verdaderamente padre. ¿Y dónde está la clave de ese hacerse a sí mismo con la ayuda de Dios? Muy sencillo. Nos lo propone San Ignacio en la primera semana de los Ejercicios Espirituales. Dice el Santo: pedir gracia «para que sienta el desorden de mis operaciones para que aborreciendo me enmiende y ordene.». No se trata de mezclar muchas cosas como hace el pastelero. Se trata de tallar una buena piedra, con constancia con trabajo perseverante y sin desanimarse en el empeño. El final será la consecución de un hombre.

Y sobre un hombre, podrás levantar un héroe y un santo. Dios podrá tener instrumentos humanos aptos para trabajar por su gloria y salvarle muchas almas.

Ese es el ideal de nuestra Asociación. Formar hombres y santos que sean soporte de otros hombres y de otros santos. ¿Cómo empezar? Con la constancia en trabajar la piedra» de mi alma: mi deber de cada día; no mentirme a mi mismo; pidiendo gracia al Señor para sentir el desorden de mis operaciones y para aborrecerlas. Os dije en el retiro del mes pasado que los chicos debíais esforzaros en la caridad. La caballerosidad y el buen temple son la flor de la caridad. Empezar esta Cuaresma a tallar con el cincel y el mazo de la caridad vuestra alma. Y hablar menos y escuchar más para tener más tiempo de pensar en las obras de caridad que puedo hacer con mis hermanos.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº57, marzo de 1982