diasanjose-g-190313Cuando Isabel dio a luz a san Juan Bautista y la Virgen comprobó que su prima se valía por si misma, al cabo de tres meses, volvió a Nazaret. En su seno llevaba al Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Señor Jesucristo.

Ya estaba desposada con José, pero fue a la casa de sus padres, Joaquín y Ana. Los desposados no podían vivir juntos, en su propia casa hasta pasado un año.

Al ver san José a María con señales evidentes de maternidad, quedó perplejo y angustiado. Por un lado, no podía dudar, ni dudó un momento, de la inocencia y fidelidad de su esposa, María santísima. La resolución que tomó revela un corazón bondadoso y magnánimo. No quiso ni llevarla a juicio, ni difamarla en público. Y María santísima, aunque veía las angustias de José, guardaba silencio, confiada en que Dios Padre le revelaría el secreto a su santo esposo.

Pasado el tiempo establecido por la ley, José recibió por esposa a la Virgen María y celebrada la boda solemne, ante la presencia de todos los familiares, José recibió a su esposa María y comenzaron a vivir juntos en su casita de Nazaret. José castísimo y María Virgen vivían como santos hermanos, modelos de virginidad. José hacía una cunita para el Niño Jesús en su taller de carpintero y la Virgen María preparaba la ropa y pañales para el Mesías que iba a nacer de sus purísimas entrañas.

San José es el santo del silencio, la sombra silenciosa del Padre eterno, que nuestra santa Teresa de Jesús sacó del silencio histórico. Ha sido ella la que ha escrito la mejor apología sobre la eficaz y universal intercesión de san José. Por eso santa Teresa es justamente considerada como doctora josefina y el mayor apóstol de la devoción que actualmente profesa la Iglesia al casto Esposo de María.

Nuestra santa madre Iglesia honra mucho a san José por ser esposo virginal de María santísima y padre virginal de Jesús. Pío IX lo proclamó, en 1870, patrono de la Iglesia Universal. Por su admirable pureza, se invoca especialmente a san José para obtener esta virtud angélica. Además es patrono de la buena muerte porque murió entre los brazos de Jesús y María. Patrono de los obreros y por haber sido encargado por el Padre Eterno de proveer las necesidades de la Sagrada Familia; los fieles acuden a él en sus necesidades temporales.

Es patrono de la vida interior, sobrenatural, porque pasó la vida en compañía de Jesús y María. Vida de fe, esperanza, caridad, humildad, trabajo. La Iglesia dedica a la devoción de san José el miércoles de cada semana y el mes de marzo está consagrado a él. En su honor, se celebran dos festividades: el 19 de marzo, san José, esposo de la Virgen María; y el 1 de mayo, san José patrono de los obreros.

Después de la sexta aparición de la Virgen en Fátima, el sábado 13 de octubre, Lucía dice: “Desaparecida Nuestra Señora en la inmensidad del firmamento, vimos al lado del sol a san José con el Niño y Nuestra Señora vestida de blanco con un manto azul. San José con el Niño parecían bendecir al mundo, pues hacían con las manos unos gestos en forma de cruz”.

San José nos bendice. Seamos devotos de san José. Recemos a san José los siete dolores y gozos del Patriarca, las letanías de san José, la novena a san José… y muchas jaculatorias durante el día: san José, Padre adoptivo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Virgen María, rogad por nosotros y por los agonizantes de este día.

El beato Juan XXIII, para honrar a san José, inscribió su nombre en el canon de la Santa Misa. También escribió esta oración: “San José, se siempre para nosotros un protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo honrado y de oración al servicio de la Iglesia, nos vivifique y nos alegre, en unión con tu Esposa bendita, nuestra Madre dulce e Inmaculada, en el amor fuerte y suave de Jesús, Rey glorioso e inmortal de los siglos y de los siglos. Amén”.

¡Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía! ¡Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía! ¡Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía!