Capítulo 5 (II)
Del maravilloso efecto del divino amor
5. El amor siempre vela, y durmiendo no duerme; fatigado, no se cansa; angustiado, no se angustia; espantado, no se espanta; sino, como viva llama y ardiente antorcha, sube a lo alto y se remonta con seguridad.
Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz. Gran clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: «¡Dios mío, amor mío, tú todo mío y yo todo tuyo!».
El alma.- 6. Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar con la boca interior del corazón cuán suave es amar y derretirse y nadar en amor.
Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por el grande fervor y admiración.
Cante yo cántico de amor; sígate, Amado mío, a lo alto; desfallezca mi alma en tu alabanza con júbilos de amor.
Ámete yo más que a mí y no me ame a mí sino por ti, y en ti a todos los que de verdad te aman como manda la ley del amor, que sale resplandeciente de ti.
Jesucristo.- 7. El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable, fuerte, sufrido, fiel, prudente; de larga esperanza, varonil, y nunca se busca a sí mismo, porque cuando alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor.
El amor es muy mirado, humilde y recto; no es regalón, ni liviano, ni entiende en cosas vanas; es sobrio, casto, firme, quieto y recatado en todos los sentidos.
El amor es sumiso y obediente a los superiores; vil y despreciado para sí; para Dios, devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en Él, aun cuando no le regala, porque ninguno vive en amor sin dolor.
8. El que no está dispuesto a sufrirlo todo y a hacer la voluntad del Amado, no es digno de llamarse amante.
Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el Amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de Él por cosa contraria que acaezca.