Motivos de esta perfecta consagración
206. 4.º Esta tierna Madre, después de recibir la ofrenda perfecta, que le hemos hecho de nosotros mismos y de nuestros propios méritos y satisfacciones, por la devoción de que he hablado, y después de habernos despojado de nuestros antiguos vestidos, nos engalana y nos hace dignos de presentarnos delante de nuestro Padre celestial: 1.º, nos reviste con los vestidos limpios, nuevos, preciosos y perfumados de Esaú el primogénito; es decir, de Jesucristo, su Hijo, que Ella guarda en su casa, esto es, que Ella tiene en su poder, ya que es la tesorera y la dispensadora universal y eterna de las virtudes y de los méritos de su Hijo, Jesucristo, que Ella da y comunica a quien Ella quiere, como Ella quiere y tanto cuanto Ella quiere, según vimos arriba; 2.º, Ella cubre el cuello y las manos de sus servidores con las pieles de los cabritos muertos y desollados; es decir, los adorna con los méritos y el valor de sus propias acciones. Ella mata y mortifica, en efecto, todo lo que hay de impuro e imperfecto en sus personas; pero no pierde ni disipa todo lo bueno que la gracia ha obrado allí, sino que lo guarda y aumenta, para hacer con ello el ornato y la fuerza de su cuello y de sus manos, es decir, para fortificarnos a fin de que puedan resistir el yugo del Señor, que se lleva en el cuello, y de que realicen grandes cosas para la gloria de Dios y la salvación de sus pobres hermanos; 3.º, Ella confiere nuevo perfume y nueva gracia a estos vestidos y adornos, comunicándoles sus propios vestidos, es decir, sus méritos y virtudes, que Ella les ha legado en su testamento, al morir, como dice una santa religiosa del último siglo, muerta en olor de santidad, y que lo supo por revelación. De modo que todos sus domésticos, sus fieles servidores y esclavos están doblemente cubiertos con los vestidos de su Hijo y con los suyos propios (Prov. 31,21); por eso ellos nada tienen que temer del frío de Jesucristo, blanco como la nieve, al contrario de los réprobos, los cuales, completamente desnudos y despojados de los méritos de Jesucristo y de la Santísima Virgen, no lo podrán soportar.
207. 5.º En fin, les alcanza la bendición del Padre celestial, por más que, no siendo los primogénitos, sino solo hijos segundos y adoptivos, no debieran naturalmente recibirla. Con estos vestidos nuevos, preciosísimos y olorosísimos, y con su alma bien preparada, se acercan al lecho de reposo de su Padre celestial. Este buen Padre, oye y distingue su voz, que es la del pecador, toca sus manos cubiertas de pieles, siente el buen olor de sus vestidos, come con gusto lo que María, su Madre, le ha preparado, reconociendo en ellos los méritos y el buen olor de su Hijo y de su Santísima Madre, y 1.º, les da su doble bendición, bendición del rocío del cielo, es decir, de la gracia divina, que es la semilla de la gloria: Nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo (Eph. 1,3); bendición de la fertilidad de la tierra (Gen. 27,28), es decir, les da este Padre bueno su pan de cada día y bastante abundancia de bienes de este mundo; 2.º, los hace señores de sus demás hermanos los réprobos, y por más que esta primacía no se vea siempre en este mundo, que pasa en un instante, y en que frecuentemente dominan los réprobos: Hablarán únicamente y se jactarán los pecadores (Psalm. 93,4)… Vi al impío sumamente ensalzado y empinado (Psalm. 36,35); no por eso deja de ser verdadera, y aparecerá manifiestamente en el otro mundo, por toda la eternidad, en la que los justos, como dice el Espíritu Santo, dominarán y mandarán a las naciones (Sap. 3,8). Su Majestad, no contento con bendecirlos en sus personas y en sus bienes, bendice también a todos aquellos que los bendigan y maldice a todos los que los maldigan y persiguen.