208. El segundo acto de caridad que la Virgen ejerce para con sus fieles servidores es que les proporciona todo cuanto atañe a su cuerpo y a su alma. Les da vestidos dobles, como acabamos de ver; les da de comer los platos más exquisitos de la mesa de Dios; les da a comer el pan de vida que Ella ha formado. Hijos míos queridos, les dice bajo el nombre de la Sabiduría, llenaos de mis generaciones (Eccl. 24,26), es decir, de Jesús, el fruto de vida que he puesto en el mundo para vosotros. Venid, les dice en otra parte, comed mi pan, que es Jesús, bebed el vino de su amor, que yo he mezclado para vosotros (Prov. 9,5). Como María es la tesorera y la dispensadora de los dones y de las gracias del Altísimo, da una buena porción, y la mejor, para alimentar y conservar a sus hijos y servidores; los nutre con el pan vivo, y los embriaga con el vino que engendra vírgenes (Zach. 9,17); y encuentran tan suave el yugo de Jesucristo, que apenas sienten su peso; porque el yugo se pudrirá a causa de la unción espiritual (Is. 10,27).
3.º Ella los guía y dirige
209. El tercer bien que la Santísima Virgen hace a sus devotos, es conducirlos y dirigirlos según la voluntad de su Hijo. Rebeca conducía a Jacob y le daba avisos de cuando en cuando, ya para atraer sobre él la bendición de su padre, ya para evitarle el odio y la persecución de su hermano Esaú. María, que es la estrella del mar, conduce a todos sus buenos servidores a buen puerto; les muestra los caminos de la vida eterna, y hace que eviten los pasos peligrosos; los guía con su mano por los senderos de la justicia; los sostiene cuando están a punto de caer; los levanta cuando han caído; los reprende como madre cariñosa cuando faltan, y aun los castiga alguna vez amorosamente. Si un hijo obedece a María, ¿podrá extraviarse en los caminos de la eternidad? Si la seguís, dice San Bernardo, no os extraviaréis. No temáis que un verdadero hijo de María sea engañado por el espíritu maligno y caiga en herejía formal. Donde está María de conductora, no están ni el espíritu maligno con sus ilusiones, ni los herejes con sus sutilezas: Teniéndola no te engañas.
4.º Los defiende y protege
210. El cuarto buen oficio que la Santísima Virgen hace con sus hijos y fieles servidores, es defenderlos y protegerlos contra sus enemigos: Rebeca, con sus cuidados y su industria, libró a Jacob de todos los peligros en que se vio, y particularmente de la muerte que su hermano Esaú le hubiera ciertamente dado por el odio y la envidia que le tenía, como en otro tiempo Caín a su hermano Abel; María, la buena Madre de los predestinados, los esconde bajo las alas de su protección, como una gallina a sus polluelos, les habla, se abaja a ellos y condesciende con todas sus debilidades para asegurarlos contra el gavilán y el buitre; se coloca entorno de ellos, los acompaña como un ejército ordenado en batalla. ¿Puede temer de sus enemigos un hombre rodeado de un ejército bien ordenado de cien mil hombres? Un servidor fiel de María, escudado con su protección y su imperial potestad, tiene menos todavía que temer.
Esta buena Madre y poderosa Príncesa de los cielos enviaría millares de ángeles en socorro de uno de sus hijos, para que no se pudiera alguna vez decir que un fiel servidor de María, que puso su confianza en Ella, había sucumbido a la malicia, al número y a la fuerza de sus enemigos.
5.º Intercede por ellos
211. En fin, el mayor bien que la amable María procura a sus fieles devotos es el interceder por ellos para con su Hijo, y aplacarle con sus ruegos. Los une a El y los conserva con un lazo muy apretado.
Rebeca hizo que Jacob se acercase al lecho de su padre, y el buen viejo lo tocó, lo abrazó y aun lo besó con gozo, y contento como estaba y satisfecho de la comida que le había llevado, y gozoso de haber sentido los exquisitos perfumes de sus vestidos, exclamó: he aquí el olor de mi hijo, que es como el olor de un campo lleno, que el Señor ha bendecido. Este campo lleno, cuyo olor embriaga el corazón del padre, no es otro más que el olor de las virtudes y de los méritos de María, que es un campo fértil en gracias, en que Dios su Padre ha sembrado, como grano de trigo de los elegidos, a su Hijo único. ¡Y qué bien recibido es por Jesucristo, Padre sempiterno, el hijo perfumado con el olor gratísimo de María! ¡Y qué pronto queda perfectamente unido a El, como por extenso lo hemos demostrado antes!
212. Además, después que la Santísima Virgen ha colmado de sus favores a sus hijos y fieles servidores y les ha alcanzado la bendición del Padre celestial y la unión con Jesucristo, los conserva en Jesucristo, y a Jesucristo en ellos; los guarda y vela siempre sobre ellos, temiendo no pierdan la gracia de Dios y caigan en los lazos de sus enemigos, y les hace perseverar hasta el fin, como ya lo hemos visto. Tal es la explicación de esta grande y antigua figura de la predestinación y de la reprobación, tan desconocida y tan llena de misterios.
